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viernes, 27 de diciembre de 2013

¡Por un 2014 más justo!


Nechi Dorado
nechi.dorado@gmail.com

Antes que lo digan los buenos poetas, los grandes artistas que andan por la vida repartiendo versos: ¡esto no es poesía!

Ni yo soy poeta, ni siquiera intento. Apenas si quiero dejar mis palabras; serán lo que pienses pero nunca huecas.

Te cuento: deseo para vos lo mismo que a mí me deseo:
·          

  • Que se cumplan todos tus sueños más lindos. Que tengas en cuenta que serían más fuertes si son colectivos.
  • ·         Que nunca te enredes en egocentrismos.
  • ·         Que hables de nosotros: de ella, de él, de aquellos, que andan por la vida sembrando sus sueños.
  • ·         Que los acompañes, son los ebanistas tallando maderas para que se apoye y crezca la justicia.
  • ·         Que no ahogues la bronca cuando algo te hiera.
  • ·         Que encalles talones, que nunca en la vida andar de rodillas mejoró la historia. ¡Que no seas cordero. Cordero de nadie!
  • ·         Que no es él o ella, quien hará la gloria. Solo yendo juntos se construye en serio, basta de pavadas, de todos y todas. ¡Mejor es NOSOTROS! Tu mano y la suya. Tu cuerpo y el suyo, enhebrando horas.
  • ·         Que empieces un año lleno de esperanza. Que la rebeldía recorra tus venas y el dolor ajeno subleve tu alma. Que no te dominen, que no te sometas. Que nunca te olvides que tu vida es tuya. Que nunca te entregues.
  •  

Brindaré por todos los que tanto quise y los que tanto quiero.

Los que tengo cerca y los que me miran desde alguna estrella perdida en el cielo.

Brindaré por todos y también por ellos: Por los que aunque quieran no pueden siquiera levantar su copa porque no los dejan.

Los impertinentes, los desobedientes, los que transgredieron el orden perverso que desangra al mundo, que desgrana historias, que aborta futuros y entroniza dogmas.

¡De esos no me olvido, tampoco lo intento!

¡Por un 2014 más justo!

¡Qué por fin se haga la Paz donde se instaló el negocio de la guerra!

miércoles, 9 de octubre de 2013

Palmira y las reglas ortográficas




Nechi Dorado

Ilustración: obra de la artista visual argentina Beatriz Palmieri

Esta historia sucedió hace muchos años, cuando sobre el cielo de mi tierra,  gordas nubes de plomo,  comenzaron una danza alocada. Cuando la primavera asomó salpicada de sangre de pueblo trabajador y una caterva de caranchos, con insignias doradas en el pecho,  afilaba sus garras desgranando pedazos a la historia. El odio de clase, predecesor y sucesor de otros enconos de sinrazones,  irrumpió en la escena nacional pisoteando el derecho al trabajo y a la decisión.

Mi hogar padeció situaciones de espanto, pero jamás hubo permiso para llantos ni demoras, sí  en cambio, se abrió paso a la palabra resistencia alcanzando un sitio de honor en nuestra mesa.
En las interminables noches de ausencia de mi padre, seguramente viendo la tristeza en mis ojos de niña, mamá me enseño que la lucha por los derechos era imprescindible y realmente fui incorporando esa idea. Aprendí que las lágrimas, muchas veces, hay que transformarlas en bronca motora de instancias superadoras, imprescindibles.

Como docente y militante y por si eso  fuera poco, como compañera de un dirigente político-sindical, perdió la posibilidad de acceso a empleo formal, pero supo saltar el obstáculo. Fue entonces, cuando la sala de casa se llenó de banquetas y de niños inquietos que necesitaban apoyo para sus tareas escolares,  la familia que podía pagar lo hacía,  los niños cuyo entorno era muy pobre, tomaban clases igual.

Aprendí en aquellos tiempos qué cosa era la sensibilidad social  y con los años pude ver cómo ingresaba en terapia intensiva.

 Todos los días por la puerta de casa pasaba un señor con un carrito tirado por un caballo marrón con una mancha blanca en la frente, voceando: “botelleeeeroooo, botella, trapo viejo, mueble viejo, diario viejo p’a vender, boootelleeeerooooo”.    En primavera, cuando comenzaba a apretar el calorcito anunciando la inminencia del verano, mamá dejaba la puerta y las ventanas  abiertas para que la brisa se colara; además,  el lugar se convertía en una especie de atalaya desde donde podía observar mis juegos en la calle.
Una tarde, el botellero, detuvo la marcha de su caballo en la puerta de nuestra vivienda. Ahí me enteré que la tracción a sangre en realidad era una yegüita y se llamaba Palmira.

¡Fue tan hermoso ver a Palmira mordisqueando el pastito que crecía bajo el árbol que daba sombra a la casa, que se me ocurrió convidarla con mi chupetín!  Deduje que tendría hambre y era el único paliativo que encontré a mano. O a boca, para hablar correctamente.
Palmira, supuse que agradecida, lamió el dulce y esa fue la primera vez que compartí una golosina con una caballa con manchita en la frente. Una lamida ella, otra yo y ambas nos mirábamos a los ojos estableciendo una comunión sin hostias,  sin genuflexión y sobre todo con desprendimiento absoluto del  sentimiento de culpa. Por suerte mamá se distrajo perdiéndose el espectáculo de la relación recién nacida entre su hija y la yegua. No se si la hubiera apoyado, todo bien con intercambios bípedo-cuadrúpedo,  pero me refiero a eso de los lengüetazos…

 -Cuidámela, pidió el botellero y se paró en la ventana mirando hacia adentro. Mi madre interrumpió su clase y se dirigió hacia donde estaba el hombre. 
-Buenas tardes, compañero, saludó ella. ¿Puedo ayudarlo en algo?
(¡Claro, eran tiempos en los que para alguna gente un trabajador no representaba un peligro inminente sino  que era parte de una unidad clasista!)
-Perdone, señora, pero ¿sabe? Yo dejé la escuela en segundo grado, después hubo que salir a ganarse la vida para ayudar en casa. Cuando veo chicos estudiando me da un nudito aquí, agregó tocándose la panza.
-¡Pero yo podría dictarle clases! Puede venir mañana mismo, coordinemos un horario y tiene las puertas abiertas, respondió mi madre. Ni piense en tener que abonar nada, usted debe terminar su ciclo y  lo ayudaré con mucho gusto, agregó mamá enfáticamente.
-Gracias señora, pero es tarde ya, respondió, no tengo tiempo. Solo quería contarle que me gusta mucho la poesía, escribí algunas y si usted quiere se las dejo y me da  su opinión. Eso sí, por favor que nadie las vea, porque yo   tengo muchas faltas. Una vez se las mostré a una mujer muy preparada y  me dijo que eso no era poesía, que había reglas para ser poeta y sobre todo debía no tener errores. Seguro que tenía razón, por eso dejé de hacerlas, pero guardé algunas y por ahí a usted le sirvan y se las pueda leer a los chicos, pero que no las lean ellos, casi rogó.

El botellero dejó un pilón de hojas amarillentas  en manos de mi madre, saludó con la misma cortesía con la que se presentó y acarició mi cabecita antes de subir al carro y llevarse a Palmira, que a la vez se llevó mi chupetín, lo que no me causó ninguna gracia.

-¡Yegua maleducada! dije tirando la piedra de la rayuela contra las huellas que dejaba el carro que se alejaba. (Hoy toda huella que veo me sabe a chupetín)
Cuando terminó la clase, los chicos comenzaron a burlarse y con sobrados motivos:

-¡La yegua te robó el chipetí-iiiin, la yegua es más viva que vo-ooosss,  cantaban con la espontaneidad maravillosa que las criaturas tienen y van dejando por los caminos de la vida a medida que se va madurando! ¿Madurando? Bueno, así dicen. ¡Qué se yo!

Entré a casa mascando bronca, indignación y amasando las ganas de tirarle piedrazos al día siguiente, cuando Palmira pasara por la calle como todos los días. Y cuando volvieran los chicos…
De pronto vi a mamá secarse lágrimas que se deslizaban por sus mejillas suavecitas como el algodón.
-¿Por qué llorás tía? Preguntó Griselda, (Pochita) mi prima que era seis años mayor que yo y con la que mami hablaba de mujer a mujer, aumentando mi bronca. En ese momento encontré una nueva víctima para la venganza del día siguiente: ¡Pochigriselda, a vos también te voy a hacer algo! pensé aunque no lo dije en voz alta.

-Leé Pochita, fíjate como siente este hombre, invitó mamá.
-¡Ay tía!, respondió mi prima pasando sus ojos sobre el papel ajado, me gusta pero tiene muchas faltas de ortografía, escribió hacer sin hache y ver con b larga.
Mami acarició la cabeza de Pochi, la abrazó como siempre hacía pese a mis celos infantiles que se descargaban en mis dientecitos que a la vez mordían mi lengua, antes de explicar:
-Pochita, cuando pase el carrito pensá que allí va un poeta innato. Un hombre que no tuvo la posibilidad de acceso a la cultura. Hay montones como él  y son los eternos invisibilizados en un mundo donde las reglas las imponen entre palabras difíciles.

-Este hombre hace hablar su alma y eso debemos sentir, siguió diciendo mi madre. Son latidos los suyos y como tales,  lo celebro e incentivo más allá de reglas ortográficas, agregó.
-¿Pero es poesía eso? Preguntó mi prima.
-Para mí sí, respondió mamá, pero  no soy  ni quisiera ser  crítica literaria. Apenas llego a preguntarme si acaso no sirve la poesía cuando nace  en la mesa sin pan, en la mesa sin vino del obrero. Este hombre, como tantos, habla con la simpleza del que no recorrió páginas porque no pudo, ¿pero, quién puede desvalorizar lo que siente? ¿Un verdadero artista? ¡Para mí, no. De ningún modo!
-Hay gente que erige monumentos a la cultura aún con ausencia absoluta de herramientas literarias. Gente que es capaz de negarle un tiempo al descanso,  luego de durísimas jornadas que encallecen sus manos y llenan el cuerpo de sudor rancio. Gente que termina siendo arrojada como paria por los senderos de la vida selectiva que sacraliza intelectos descalificando esfuerzos, completó su idea mamá, aunque yo no entendía nada, menos con chupetín arrebatado…
Griselda y yo recordamos la historia muchas veces cuando mami ya no estuvo físicamente, porque a un médico irresponsable se le ocurrió escribir la peor “poesía” al dolor, nacida de un  error imperdonable.

Aprendí aquel día de hace tanto, que bien puede la poesía crecer sobre huellas de barro congelado, o sobre terrones de polvo transpirados  aunque termine dando vueltas carnero en algún cajón inexplorado… Aprendí que el desconocimiento de las reglas ortográficas no es obstáculo facilitador de  que el corazón quede encriptado.

Como te dije antes, esta tarde recuerdo y de paso confieso,  también acabo de perdonar para siempre a Palmira.



jueves, 22 de agosto de 2013

El aggiornamento de los buitres

Nechi Dorado
Ilustración: gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri. “Aves blancas”

Cada cierta cantidad de años y a partir de cuestiones inmanejables para las aves y hasta para los humanos,  se producían concilios de buitres. Siempre se trataba de imperiosas necesidades surgidas  intempestivamente, en general apuntaban a medidas de necesidad y urgencia, mediante las que irían implementando nuevas metodologías en su accionar carroñero.
Las sociedades avanzaban y las técnicas de caza de las aves, según notaban algunos analistas con preocupación en medio de  la celeridad que el tiempo arrastra, creaban más repulsión. Los excesos cometidos en todo momento por la especie depredadora habían logrado que fueran haciéndose acreedores del desprecio de muchos de los que históricamente los siguieran. Apoyados en esos conceptos tan evidentes resultaba impostergable tratar de ir cambiándolas bajo el riesgo de perder respeto en el bosque, dado que ese era un lujo que no estaban dispuestos a perder.
Fueron tan groseros los desaciertos cometidos que su fama fue empujada  por la pendiente de la aberración; ya sabemos que es fácil salir de cualquier lado menos del ridículo y del absurdo, lo cual no es poca cosa. Ello sumado al tremendo cansancio del ave director que lo obligó a tomar un tiempo de licencia,  motivó a la convocatoria a una asamblea extraordinaria a la que deberían acudir todos y cada uno de los miembros de la cofradía.
Los de mayor categoría comenzaron a articular proyectos. Por supuesto y dada su misoginia exacerbada, en las sesiones no tendrían cabida las hembras. Ellas seguían siendo cosificadas con la determinación de quien piensa que las situaciones  son tal como están escritas vaya a saber por qué mano vieja y peluda, acatante de aberraciones de ideas nacidas en cerebros en estado de putrefacción. Arcaica podríamos agregar.
A diferencia de lo que sentían por los jóvenes, ya que eran su punto débil y producían en  ellos una atracción especial dado que  representaban la carne joven. La que los dotaba de alegría y buenos momentos llegando, muchas veces, a cometer contra los pichones actos  irreproducibles pero tan reales como asombrosos. Se ve que eso también estaba escrito.
-Hay que cambiar, dijo el buitre que fuera designado como jefe de la bandada, el reemplazante imprescindible por contar con un pasado siniestro. Tenemos que recuperar espacios que se están vaciando. Hay especies que no comprenden que ya todo está escrito y así debe ser. Trataremos de engrupirlos, vamos a colorear nuestros plumajes porque la situación impulsa esa modificación, ya vendrán tiempos en los que volveremos a ser los que fuimos. Mejor dicho, los que seguimos siendo, jejeje, agregó guiñando su ojo derecho y provocando un aplauso que sacudió las ramas interiores del árbol inmenso donde estaban reunidos.
-Vos serás el encargado de producir los cambios, agregó otra voz mayor. Era ese el buitre de más jerarquía, tanta que hasta lograron que se considerara un dios de cartón, pero dios al fin. ¿Quién sería capaz de bajar sus ínfulas? Nadie conocía su rostro, lo identificaban como un ojo muy grande, abierto siempre, que podía ver hasta lo invisible. Circundaban sus pupilas venas que parecían ríos de sangre serpenteando sobre la esclerótica.
No faltó quien viera en ese recorrido los pasos de un demonio agazapado. Un controlador capaz de cuestionar al amor entre dos seres y sus decisiones personales. Imperativo el tipo, egocéntrico y cruel.  Tan tiránico y déspota que logró la aprobación del mundo gracias a su amiga inseparable: la culpa.
-Vamos a cambiar la metodología implementada hasta el momento. Ya estamos fuera de moda, hay que hablar un idioma popular y sobre todo, tratar que los jóvenes…
-…Mmm, ohhh…los jóvenes, repitieron algunos buitres pasando su rasposa lengua por las comisuras de los picos. ¡Eso, eso es, que vengan los jóvenes! Arengaban mientras una línea de baba se deslizaba hasta los pescuezos.
-¡Silencio! Gritó el ave mayor, ¡Más respeto, che, no jodan!  Dije que hay que atraer a los jóvenes pero esperen un poco, para eso tenemos que hablar su idioma, crear canciones con música pegadiza, y si hace falta, empezar a vestirnos como ellos, con ropa alocada, pero eso será más adelante, sentenció.
-Bueno, tengamos en cuenta que el blanco representa la pureza, irrumpió un pajarraco ortodoxo. No sé si será bueno cambiar ese color porque lo único que lograríamos es que los más ancianos se espanten y en estos momentos nos toca sumar, no restar.
-Muy bien eso, agregó un coro de herméticos, muy bien, continuaban mientras asentían con sus cabezotas huecas.
-Hagámoslo con cuidado, respondió uno con anteojos que parecía demasiado conservador, pero que entendía que los cambios hacían falta y había que ir por ellos.
Y los buitres fueron mutando, nomás. Empezaron a popularizarse aunque era evidente que ese cambio no respondía sino como una herramienta imprescindible que había que utilizar sin modificar la esencia natural de la bandada. Mucho menos los proyectos a futuro cercano.
Analistas del mundo comenzaron a hablar del cambio que se estaba produciendo. Los habitantes de las selvas, tanto las naturales como de las de cemento, comenzaron a hablar del fenómeno increíble.
-¡Los buitres cambian! Exclamaban sorprendidos.
-Se están aggiornando, repetían otros.
-Está en marcha una nueva metodología  de la bandada buítrica, la que se apresta a efectivizar grandes cambios conscientes que los tiempos exigen modificaciones. El nuevo rey de los buitres es un ave con mucho carisma,  decían en sus notas periodistas afamados aunque no independientes pese a que se autodenominaran así. Ellos no tenían libertad discursiva en los medios que los contrataban, sino que respondían a líneas editoriales definidas, (vale tenerlo en cuenta).
Y el mundo fue testigo de un nuevo fenómeno en un planeta cargado de situaciones espantosas y algunas que no lo eran tanto.
La bandada de buitres continuaba ensayando reformas que en realidad hablaban subliminalmente sobre la necesidad de mantener el estatus quo imperante, pero las masas suelen tragarse todo lo que reproducen los grandes pulpos informativos nacionales e internacionales y ellos hablaban, justamente, de esos cambios a medias.
En un rincón de la selva, entre matas de tonalidades diferentes, una señora secaba sus lágrimas preocupada por lo que realmente vendría. No era fácil engañar a esa mujer ya que supo de pseudo cambios que no fueron sino cosméticos a lo largo de la cronología mundial.
-Seguirán controlando el bosque con sus mentiras. Seguirán haciendo retroceder al mundo aunque parezca que  marcha hacia adelante. Seguirán imperando sus negocios sucios y sus ideas retrógradas, pero ¿cómo sacudir las almas si hay tanta esperanza de norte a sur y hacia el oeste? Se preguntaba con preocupación.
-Ahora se escuchan voces que aseguran que la fe y la violencia son incompatibles pero no agregan que no hay peor violencia que la injusticia, ¡hipócritas! Agregaba.
-Omiten comentar que fe y pederastía también son incompatibles. O que la fe y el hambre jamás se tomaron de las manos. Tampoco dicen que la fe y el engaño es imposible que puedan ir juntos a ninguna parte. No dicen nada sobre los controles de natalidad, la educación, la marginalidad. No saben hablar en su concepto máximo sobre el amor de unos hacia otros. ¡Por favor!, dijo rompiendo en llanto la señora Memoria.
-¿¡Y qué dicen de las guerras donde mueren tantos inocentes además de mirar hacia otras latitudes y bendecir las armas!? Imbéciles, gritó la mujer en medio de una consternación que partía corazones puros.
De pronto elevó sus ojos hacia el cielo.  Una nube espesa, oscura, amenazante, avanzaba sobre el bosque. La sesión de los buitres había concluido. Un par de plumas viejas, malolientes, se desprendió de algún cuerpo plumífero y fue descendiendo, formando filigranas en el aire, hasta quedar enredada en un árbol viejo donde aves de colores habían fundado sus nidos y desde donde trataban de defenderse del avance de los pajarracos aggiornados.
Los buitres escoltas remolcaban  los cambios que irían entrando en escena en el preciso momento  que hiciera falta y no faltaba mucho.
Un grupo de hermanas que en los últimos años estaba en proceso de unión y recomposición como lo soñaran sus padres inolvidables, sintió un escalofrío. ¡Ellas sabían que ese vuelo rasante de los buitres representaba un gran peligro para esa unión! ¡Qué iban en pos de una desarticulación inminente!
El buitre mayor que también sabía penetrar en lo insondable de las mentes,  sonreía mirando hacia un horizonte sobre el que se perfilaba el desgarre. Solo faltaba que el pajarraco se dirigiera hacia allí posando sus malditas patas.
-Debo recomponerme, se acercan tiempos de mucho trabajo, exclamó con voz suave, pero firme, la señora Memoria.
Pese a que aseguran que los buitres carecen de órgano de fonación, en todas las latitudes se comenzaron a escuchar graznidos de espanto. Algunos los repudiaban, otros celebraban los cambios que vendrían.
-Siempre es así en la vida, pensaba doña Memoria, esa bandada maldita sabe apoyarse en la ignorancia.