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martes, 2 de diciembre de 2014

Quise escribir un poema...


Nechi Dorado
a Pablo Neruda
Imagen: Fidel y Pablo Neruda, tomada de Internet

Quise escribir un poema en tu memoria
y volví a releer tu vasta historia.
Encontré aquellas letras engarzadas
“…puedo escribir los versos más tristes
esta noche…”
Y cayó paralizada
mi palabra.

Luego te reencontré, cuando dijiste
“Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara…”
Pensé que no, que allí no han podido cortar nada
pero atacó el pudor y cayeron
avergonzadas,
mis humildes letras.

Seguí buscándote en cada verso
en cada frase.
Como aquella en la que dejaste impreso
un trozo de tu alma:
“…Todos los frutos de la vida
crecerán en mis manos
acostumbradas antes a la pólvora…”
Y otra vez enmudeció mi pluma
de novata irrespetuosa, pretenciosa,
que aspira a decir algo
¡Cuando ya lo hubiste dicho todo!

Entonces, cabizbaja,
embargada de emoción y de respeto
alcé mis ojos hacia el cielo
y me adentré en el silencio más sentido.
El que hoy me obliga a comprender
que más allá de tu partida incompleta,
tras leerte y saborear verso por verso
de tu numen creador,
¡Hermano compañero!
El respeto me obliga
a guardar mis palabras
tal vez, para otro día…

Pablo de nadie, Pablo del silencio


Nechi Dorado
Ilustración: “Pablo de espuma” realizado por alumnos del taller de la artista plástica Beatriz Palmieri
Aquí nomás, en un pueblito costeño donde rompen las olas del mar postrándose ante  la arena  pasa sus días un ser incompleto, mitad hombre mitad niño que siempre se me ocurrió  de espuma. Que se me ocurrió de arena.
Ver a Pablo deambular por las calles es estar frente a la imagen del abandono más imperdonable, es como presenciar el epílogo de una profecía ya que todo el pueblo vaticinó que el joven inacabado representa un peligro para los vecinos, sobre todo para las pocas  personas que acariciamos sus pelos duros de mugre, donde el salitre compite con los piojos para ver quién dura más en esa cabecita.
Todos hablan de lo arriesgado que resulta que el chico ande deambulando  por las calles donde los baches parecen bocas abiertas dispuestas a deglutirse todo y que más de una vez  nos han hecho pensar si los misiles que se arrojaron en las guerras de oriente medio, no habrían impactado por sobre ese pavimento resquebrajado.
Pocos murmuran en voz baja por las dudas que los árboles escuchen y transmitan lo que realmente deberían haber transmitido los vecinos: la realidad tenebrosa de ese Pablo; la ausencia absoluta de las obligaciones del estado; de las instituciones que deberían ser contenedoras de jóvenes en su misma situación; de las iglesias a pesar de que hay tantas en la zona que hablan de pecado y amor al prójimo cuando nadie sabe quién será ese famoso prójimo y qué cosa tan extraña es el pecado que siempre asienta sus bases sobre la marginalidad. La  ausencia evidente de organizaciones autoproclamadas de derechos humanos que tampoco se dignaron averiguar quién se debe hacer cargo de esa especie de alma errante, vagabunda, despreciada.
De haber un paro general y contara con la misma fuerza que tuvo la ausencia de protección para este joven y tantos en su misma situación, seguramente cualquier país vería resquebrajados los cimientos de la inoperancia histórica. De la desidia más obscena.
Pablo, el que me decía “yo te cuido, doña”, un día dejó de hacerlo atrapado ya de lleno en las garras de la droga que  le ofrecen y se sabe quiénes, aunque de eso no se hable tampoco por considerarse peligroso. Aunque a esos se los llame señores en lugar de mafiosos, dado que el miedo suele reverenciar lo inmundo. Porque en ese, como en todos los pueblos costeños la bruma del mar que invade las calles en las noches crudas del invierno, tapa también realidades  desde lo impúdico del olvido. Allí todos saben muy bien quién es quién. Quiénes son los que viven sin trabajar gozando de privilegios, comiendo todos los días, enmascarados tras antifaces cínicos trasladándose en  autos de alta gama que ni intentan ocultar lo inescrupuloso de su accionar permanente.
Pablo se volvió agresivo, es decir, descubrió su acritud escondida entre los retazos descoloridos de la infancia, mucho antes  de cumplir sus dieciocho años vacíos de amor, repletos de hambre y miseria. Si alguien me preguntara si existe  superlativo de la palabra  miseria, diría que no tengo dudas  y lo mencionaría con su nombre, Pablo.
Al joven-niño porque su cerebro partido por la indigencia y por su genética lo dejó estancado en los siete años, se le prohibió la entrada a la escuela.
–Es muy agresivo, justifican. Golpea a sus compañeros, los lastima, tiene la fuerza de los locos, agregan, como para evidenciar que no es posible contenerlo y tal vez es cierto que no resulte fácil. Lo que nadie dijo fue que Pablo reprodujo lo que la vida le  enseñó desde que abrió sus ojos al mundo hostil al que arribó, seguramente sin que lo llamaran. Empujado por la promiscuidad en alguna de esas noches donde el amor se vuelve ausente para dar paso al instinto,  casi animal,  embriagado por los vahos del alcohol y otras sustancias que vaya uno a saber qué extraña conjunción conforman  como para descargar espermatozoides fallados que lleguen a destino.
Pablo, con su discapacidad cerebral fue un excelente alumno capaz de reproducir las lecciones de destierro y desamparo que corrompieron su alma en este mundo corrompido por los generadores de miseria que pocas veces asustan y poco se mencionan pese a tener nombres y apellidos. Pese a esconder sus falencias vestidos con cuello, corbata y guante blanco que los convierte en señores y señoras de baja estofa, aunque respetados.
Pablo debía tomar medicación de por vida como para equilibrar el funcionamiento de su cerebro resquebrajado,  medicamentos  que nadie le compró jamás. Pablo representó para sus “tutores” un importante estipendio  mensual obtenido gracias a los favores de algún puntero que le otorgó  un subsidio por discapacidad que jamás cumplió su destino final: el equilibrio de esa mente dispersa.
Tampoco hubo quién controlara dónde iba a parar esa colaboración aunque todo el pueblo supiera para qué se utilizaba. Todos menos los que debían hacer un seguimiento de la situación de la criatura.
Al no poder ingresar a la escuela, Pablo comenzó a ir todos los mediodías a la hora que sus compañeros salen de las aulas, con el fin de agredirlos físicamente. Imagino su corta comprensión cavilando sobre  “por qué ellos pueden y yo no”. Pablo se habrá sentido un perro rabioso; Pablo fue discriminado por ser tonto, minusválido, en un mundo donde ser moreno y pobre cumple la inexorable ley no promulgada, aunque casi institucionalizada que lo condena al desprecio.
Nadie fue capaz de hablar con un juez de minoridad o si lo hicieron, cosa que no me consta ante la evidencia más angustiante, habrán hablado en arameo, como para que  nadie lo entendiera. Tampoco hubo sacerdote que lo hiciera, ni docentes, ni funcionarios porque muy cerca suyo, con vínculos no reconocidos pero existentes, hay algún guardián de la ley y ya sabemos, es peligroso tirarse contra las jinetas que pisan duro y matan con demasiada celeridad. A los pobres.
Pablo de espuma, Pablo de arena como lo llamé algún día, me enteré que semanas atrás fue ingresado en el hospital con su cuerpito esmirriado literalmente molido a palos.
Seguramente se habrá hecho el “vivo” con alguien y éste se habrá defendido. Pablo es muy fácil de estropear a golpes, la única defensa que conoce es la de agredir primero para ganarle a la vida que lo descartó situándolo en el lugar donde se ubica a los residuos.
A Pablo lo mandaban a robar porque su impedimento lo colocó en situación de inimputabilidad y el botín que los jefes compartirían con él, serían apenas unas monedas que le alcanzarían para un paquete de galletas vencidas, tanto como para engañar al hambre que retuerce las tripas y gime pero es bastante ingenuo y se conforma con cualquier cosa.
Pablo está en la cama de un hospital como una cosa depositada al azar, donde tal vez coma algo más que galletas. Tendrá por primera vez una sábana que tape los moretones que quedaron como medallas, premio al que acceden con facilidad los “delincuentes” siempre y cuando pertenezcan a la categoría de pobres de toda pobreza, de todos los días, de cada momento.
No sé cómo saldrá Pablo del hospital donde se encuentra si acaso sale. No sé qué será de él, una vez recuperado, si es posible que eso suceda. Lo único que sé es que en caso de soldarse sus huesitos descalcificados, volverá a pasar sus noches bajo algún alero en una de las tantas casas deshabitadas en invierno. Hasta que algún día, tal como le juraron que habrían de hacer en caso de que “no se dejara de joder” aparezca con la cabeza agujereada tirado entre los médanos de esa playa que vio correr su hoja de vida envuelta entre la desvergüenza de un silencio cómplice de la barbaridad más espuria.
El chico es peligroso, dicen. El chico anda falopeado*  todo el día, agregan. ¿Dónde consigue las substancias?  Lo saben todos, menos los que deberían saberlo aunque también lo sepan.
 Si tanta desidia no adquiere para la subjetividad popular un minuto de atención, estamos a un paso de una muerte anunciada, silenciada, oculta, porque la miseria social, económica y  sobre todo la humana es la peor enemiga de la vida.
Y Pablo de nadie, Pablo del silencio, también merece vivir aunque parezca mentira…
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*drogado


El loco


Nechi Dorado
Ilustración: “Loco” Beatriz Palmieri, artista visual argentina

“Un sol timorato entregado ante el avance de espesos nubarrones espectrales, atrincheró sus rayos desparejos. Avanzaba con la serenidad del que no sabe hacia dónde va realmente. Era como un ente desmemoriado girando en un mundo de amnésicos e indolentes. Desde el centro del nimbo podía sentirse un rugido desesperado que al chocar con la luz derrumbaba todo lo que encontraba. Boooommmm-boooooommmmm-fiiiiiiuuuuuuuuuuushhhhhhhhh-crashhhhhhhh… Y después vendría el silencio mojado. Siempre fue igual”
Así describía el hombre de paso trasnochado y lengua entreverada,  la inminencia de una tormenta cada vez que se aproximaba sobre la ciudad imaginaria que aparecía sombría en su mente enferma, aunque bien podría haber sido alguna vez la suya.
En el barrio lo llamaban “El loco”; sin embargo,  nunca supe si de verdad lo era,  lo único que  puedo asegurar es que ese hombre de edad indefinida, pero viejo, empujado a saltar el umbral que separa la cordura de la enajenación,  fue sobreviviente de una guerra  programada por otros hombres en un sitio que quedó tatuado en su alma para siempre.
No sé si habrá sido en Iraq, en Colombia, en Siria, o en Somalia. No sé si habrá sido en Libia, en el Golfo, o en Afganistán. Quizás fuera en Palestina ¿Cuál sería la diferencia si el denominador común es el odio irracional que se descarga generando la aniquilación del ser?
Solo pude notar que sobre su alma deshilachada  dejó raíces el dolor extremo dando frutos de obscenidad indescriptible.
Su sol timorato lo acompañó atrincherando sus rayos desparejos hasta el último instante de su desgraciada vida.
Lejos de allí, bajo astros luminosos,  otros hombres –in pace leones, in proelio cervi*, a los que nunca a nadie se le ocurrió  llamarlos locos, ultiman detalles para desatar  nuevas contienda abriendo paso a espesos nubarrones espectrales que habrán de convocar nuevas enajenaciones programadas.
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* En tiempo de paz son leones, pero en la guerra son ciervos (Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-230), Teologista Cristiano)


sábado, 4 de octubre de 2014

La danza del silencio


Nechi Dorado
Ilustración: “Mujer-corderos” de Beatriz Palmieri.
En medio de una selva donde la vegetación crecía apretujada, cada mañana, antes de que algún rayo intrépido del sol colara por entre los copones de los árboles centenarios - o milenarios tal vez-  la mujer detenía su paso para dar comienzo a una  extraña danza del silencio.
Danza cruel.  Danza sin vida. Danza escrita en pentagramas desparejos sobrevivientes de tiempos inquisidores refrendados por escudos y leyendas escabrosas: «exurge domine et judica causam tuam. Psalm.73  - Álzate, oh Dios, a defender tu causa, salmo 73 (74)
Baile típico de los que no oponen resistencia a los más crueles destinos; el que invita a seguir cada movimiento con la pasividad inadmisible de quien se sabe deglutido por el tiempo sin hacer nada por evitarlo.
Solo ella podía escuchar cada acorde antes de introducirse en ese espiral instigador de ausencias.  Nadie en su sano juicio, mucho menos en las situaciones circundantes que se padecían en el poblado,  podía seguir aquello que parecía un absurdo ritual descolocado  en esos  tiempos convulsionados que perduran hasta hoy día.
Y se extienden multiplicando la tristeza.
Y cruzan mares y sierras, llanos y ríos muchas veces teñidos de rojo dolor, de rojo despedida forzadas, engendrando más odio, más vergüenza.
Parecía ser el descarne de un alma  sin espacio propio integrada a un mundo alocado que giraba a punto de estallar más allá de kilómetros y kilómetros de vegetación tupida amenazada también por un futuro que se acercaba a vuelo de avioneta defecando nubes tóxicas.
Era sorprendente, digamos mejor, era patético,  hasta para la vista de la propia naturaleza adyacente,   ver esa contorsión anómala  producto de la cópula obscena entre la realidad y la inconciencia.
La mujer no hablaba, no respondía cuando terminaba su baile si acaso alguien se cruzara por la misma trocha que la llevaba hacia el lugar. Sendero remarcado por las botas de quienes se atrevían a seguir otros acordes,  en ese caso, audibles: los que empujan la melodía del destino mejor que suele omitir el silencio por considerarlo herramienta funcional para la repetición de hechos execrables y  para el olvido.
Ausente de todo, uno puede asegurar que hasta de sí misma, Johana agitaba con orgullo sus cabellos color noche cerrada  que parecían olas de un mar contradictorio,  tan calmo como tenebroso.
Apenas la acompañaba una manada de corderos cabizbajos,  respetuosos  de  los movimientos que ella realizaba con el celo del artista que ejecuta su mejor obra, hasta que el último acorde del silencio estallaba,  sacudiendo las matas y conciencias, -estas últimas si las hubiera cerca-
Cuando la  estrofa final indicaba el colofón de la danza, el grotesco grupo de corderos alineados en prolijas filas emprendía la retirada rumbo a algún espacio protector que nunca se supo dónde quedaría, aunque fuera muy fácil de intuir.
Y así, con lluvia, sol, sombra y misterio protector de aberraciones, Johana regresaba cada mañana a su lugar impropio para alma humana.
Los corderos, con la mansedumbre incongruente de quien sabe que la muerte lo espera sin hacer uso del más elemental recurso instintivo capaz de garantizar su supervivencia,  seguían a la mujer de edad extemporánea que arrastraba la larguísima cadena de la calma resignada.
Corderos, mujer-danza-mutismo,  conformaban una sola figura que lograba entenderse muy bien con la incoherencia. A  pocos kilómetros de ese búnker entre la foresta, los tímpanos estallaban por los estruendos lanzados indiscriminadamente contra todo lo que representara una esperanza, produciendo la perversa  agonía de la vida.





sábado, 27 de septiembre de 2014

¡Ay Palestina!


Nechi Dorado
Pobre el poeta que no llega a condolerse,
ni levanta su voz frente al espanto
de la muerte,
¿puede un artista refugiarse en el mutismo
sin convertirse en una burda caricatura del ausente?
¿Cuál es la zona fronteriza que separa
al cómplice brutal
del indolente?

http://www.calameo.com/books/003060417afa4a8dfe811

La furia del odio


Nechi Dorado

Despertó el Cancerbero
-que en realidad nunca anduvo muy dormido-.
Al sacudir su cabeza,
desparramó su baba purulenta
contaminando más allá de sus fronteras.
Cuando  Caribdis dio la orden
bien precisa, ¡bien de mierda!:
“Quiero almas que ardan
ardor eterno,  incineradas, chamuscadas entre  barro,
olivo, acacia, ciprés,
granado, higuera”.

¡Quiero que ardan  las almas,
en su propia tierra! Gritó la bestia
y el odio dibujó desalmado su mejor sonrisa.

Y se cambió la historia, se volvió calco de otra historia.
El invasor  hostil  que un día fuera mártir,
Se convirtió en caníbal
de su propia raza, de su propia estirpe,
de su propia sangre.
¡Presencia el mundo tamaña delincuencia!

Yacen los cuerpos siendo
un revoltijo de arterias, venas,
huesos rotos, dolor, nudos, torturas.
Espuma, odio, blanco móvil,
llanto y espera.
Salpican la Mafghoussa,
Musakhkhan, la Mujaddara
con fluidos del cuerpo
de su propia hermana.

¡Tanto el horror y tanta la desgracia
Programada!

Es Palestina la víctima,
el Maldito Sionismo, es su verdugo,
cuenta con aliados en oriente y occidente
y un silencio cómplice que rompe
las entrañas más profundas de la tierra.

El mundo sigue su giro enloquecido,
¡Si es para no creer tanta locura brutal
Que estamos viendo!
¡Maldita guerra, malditos asesinos!





martes, 9 de septiembre de 2014

El tuvo un sueño...


Nechi Dorado
Ilustración: “El sueño y la guerra” Beatriz Palmieri

-Anoche soñé con vos, le dijo alguien a la mujer que estaba más acostumbrada  a escuchar frases con fuerza  imperativa como:
-Hacé, andá, traé, ayudame, escuchame…  Y ella se quedó pensando, que justamente esa noche, no había podido  pegar un ojo. Recordó ese viejo mito popular que dice que “cuando el sueño no llega en las noches es porque uno está en el sueño de otra persona”.
-¡¿Pucha, será tan así, entonces”?!  Se preguntó.  Sonrió, siguió haciendo, andando, trayendo, escuchando…durante toda la tarde, repitiendo la misma frase.
-Digo, pensó envuelta en una sonrisa picaresca comparable a la de un niño cuando está elucubrando su próxima travesura, ¿qué tendrá que ver que sueñen con uno? Es tan amplio el catálogo de sueños no impreso que darle importancia a ese comentario me parece casi adolescente. Pero, ¿por qué no mantener aunque sea esporádicamente un pensamiento más acorde a la mocedad que a la madurez? ¿Es que acaso tendrá fuerza de ley el que los años se devoren todo?  Anoche soñé con vos, me dijo, y no  me molestó el comentario sino todo lo contrario.
Cuando cayó la tarde y el silencio volvía a recuperar su espacio perdido durante las horas anteriores, cansada de andar por cada rincón de la casa como si fuera una autómata, se sentó frente a su computadora para echar un último vistazo a esa página de noticias donde el mundo se veía tan desnudo como no lo mostraban en otros sitios informativos.
Es que la verdad siempre reditúa más cuando se la modifica;  o cuando se la toca por arriba;  o cuando directamente se la tergiversa. Esa página abierta durante todo el día y hasta bien entrada la madrugada  era su espacio de trabajo con conciencia militante. Extraño trabajo a juzgar por más de uno que no concibe la vida sin dinero mediante.
-Como todo en la cotidianeidad, lo que menos problemas acarrea es mentir, la verdad duele, hiere, lastima, no obstante la prefiero, aseguró como hablando para sí misma. Estaba tan segura de ello que no dudó al pensarlo, en realidad la duda no era su fuerte cuando algo se instalaba en esa parte del cuerpo donde sobreviven las ideas.  Comenzó a recorrer cada letra, imaginando escenas, indignándose, preocupándose y no era para menos.
-“Sigue el genocidio nazi en Palestina”, es cada vez mayor la cantidad de niños masacrados que de no terminar  tendidos en charcos de sangre, seguramente,  con los años serían los futuros “terroristas” al decir y pensar de más de un imbécil ¿Qué duda puede quedar de que esos criminales sionistas son nazis? ¿Qué duda puede quedar si es más que evidente que están reeditando un holocausto padecido por ellos mismos, años atrás?  ¿Quién parará ese martirio si acaso quisieran pararlo? Murmuraba desde esa argamasa que se forma cuando la bronca y la angustia patalean en el alma.
-Colombia: “Nueve jefes paramilitares que asesinaron a quince mil seiscientas sesenta y siete personas salen en libertad habiendo pagado su condena con apenas siete u ocho años de cárcel”, anunciaba otro titular. Además,  ese aparato criminal para estatal se está rearmando como ejército en algunas zonas de esa geografía sangrante. En las otras nunca dejó de actuar apoyado como siempre estuvo por el propio estado.
–¡Qué poco vale el espanto, qué poco vale la vida para un gobierno si se permite semejante atrocidad bajo el paraguas de una burlesca pseudo democracia genocida!  Así dice buscar la paz ese gobierno cuando en realidad está demorando cualquier intento de conciliación. Así también hay quienes vieron la panacea esperanzadora  en esa administración que está mostrando la hilacha que nunca ocultó. Me preocupa la continuidad de los Diálogos de Paz en esa tierra hermana herida, tanto como me indigna la debilidad de más de un luchador histórico hoy actuando como si fueran serpientes encantadas por un encantador famélico, truculento, ilusionista. Siguió recorriendo las noticias,  una peor que la otra, como siempre, pero que había que decirlas.
-“Un congresista norteamericano especuló con la posibilidad de que menores centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera con EEUU fueran portadores del virus del ébola,  mientras que la Organización Mundial de la Salud reconoce que el tratamiento contra ese virus no alcanzará a los más desfavorecidos”, siguió leyendo.
-Así que ahora empiezan a preocuparse por ese virus que desde 1976 y de la mano del hambre está causando desastres en el África. Tenía que llegar al norte de América y dejar tendido a un par de blancos para que adquiera fuerza de flagelo. De seguir perfeccionándose la manipulación de los laboratorios en pocos años estaremos en condiciones de publicar en grandes títulos: “No hay más miseria en el mundo, gracias a virus extremos lanzados al aire como serpentinas,  murieron todos los pobres, sobre todo los de raza negra” ironizó la mujer.
-“ Honduras: Asesinan a Margarita Murillo, dirigenta campesina y co fundadora del FNRP” fue otra de las noticias publicadas en la página contra informativa.
Siguió recorriendo cada renglón y los reportes eran similares, todos hablaban del descaro de un sistema que se sabe agónico,  pero que aún muriendo  sigue dejando su baba de veneno cada vez más criminal. Fondos buitres chupando dinero, esfuerzo y sangre de pueblos que no eligieron apoyarse en esos. Empresas contaminantes, tierra desangrada, alimentos transgénicos, indígenas expulsados de su territorio tal como hace tantos años. Guerras que continúan y guerras que se anuncian. Empresas para la reconstrucción de países instaladas “previsoramente”  mucho antes que las contiendas comiencen. Farmacológicas a punto de quiebras se salvan gracias a la “colaboración humanitaria” del bioterrorismo.
Realizado el recorrido,  señalizando los artículos que debía abordar el día siguiente,  apagó la computadora y se preparó para retirarse a descansar.
-Anoche soñé con vos, volvió a recordar la frase que alguien le dijera esa tarde fría de un agosto que tenía medio recorrido transitado. Cuatro letras que  parecían haber adquirido casi, casi, la fuerza de un mantra.
-Volvió a sonreír mientras cepillaba su cabello como todas las noches. Tal vez, dijo mirando su propia imagen en el espejo, con un poquito de suerte hoy tampoco pueda dormir… aunque no quiso contarme qué papel protagónico ocupé en su sueño. Lo que sí, me aseguró, fue que no me convertí en una pesadilla.
Y yo le creo ¿ por qué no?




¿Futuro?



Ilustración Beatriz Palmieri: Niño con sol.
Palestina…
El niño tiene un sol que no calienta,
en el bolsillo.
Tiene hambre de un beso
en su mejilla resecada por el humo.
Y siente miedo, vierte lágrimas que corren
desbocadas.
El niño busca respuestas que no llegan
tiene un hoy
empachado de estampidas
y un mañana casi, casi,  predecible,
probablemente ensordecido para siempre
tan sombrío como su ayer
inicuo. Más bien digamos directamente
descarnado.
¿Huye o espera esquivando los días y las horas
en la maraña de ausencias que lo agobian?
Si acaso algún creador de pacotilla
se arrepiente, se conmueve, lo
“perdona” por andar en esa tierra
“sin permiso”;  con los años
el niño verá el reciclado
de su historia.
Y encontrará a otro niño
que también tendrá un sol que no calienta
en el bolsillo.

Flora quiso eclipsar...


Nechi Dorado
Ilustración “Gata y leona” de Beatriz Palmieri

Nació gata, simple gata asilvestrada; fue poseedora de un solo apellido, Felidae, pero siempre, desde muy joven, tuvo ínfulas de oligarcona por eso pensó que algún día podría casarse con un espécimen valioso-aunque carente de valores- para vivir como viven las reinas con el mismo afán parasitario. Es decir, quería ser rica pero apoyada en la columna donde se rascan los que no hacen siquiera el mínimo esfuerzo por procurarse un momento placentero como la necesidad de rascarnos con las uñas cuando algo nos pica.
Esperando concretar su sueño vivió en un zoológico corriendo de aquí para allá buscando una presa, por supuesto la que fuera más fácil, para saciar su hambre. Convengamos que esa gata era de las que se conocen como “dameunacamaytejuego”, como dije antes, solo contaba con ínfulas pero éstas no suelen saciar el  apetito. No había gato ni ratón capaz de acercarse a ella para resolverle el sustento porque sí nomás, sino  a menos que tuviera algo para ofrecer a cambio, contrariamente a sus deseos más íntimos: almuerzo o cena.
Pasaron los años, Flora fue creciendo y al entrar en la etapa de la madurez gatuna sus posibilidades de ascenso disminuyeron, como es lógico, en las sociedades que solo valoran lo que no es valorable, digamos que el más puro capitalismo descarnado.
Lo que fue aumentando era la grasa alojada sobre todo en sus caderas además de su tremenda panza que ya arrastraba por el suelo, por ello los movimientos cadenciosos que se notaban esforzadamente exagerados perdían la fuerza de armonía. El exceso de adiposidad no suele resultar erótico, mucho menos si tenemos en cuenta que en el mismo zoológico habitaban gatitas más jóvenes y mucho más bonitas y graciosas que ella. También mucho menos pretenciosas, por eso, generalmente, avanzada la oscuridad se la veía salir para hacer la calle donde la demanda ante la oferta era mucho más interesante.
Sin embargo, tanto esfuerzo por ingresar en una capa social inaccesible para ella, también había impedido que la pobre Flora pensara que sus sueños habían sido estériles.
Siquiera tampoco pensó  que su vida hubiera sido mucho más interesante si se le hubiese ocurrido utilizar otras aptitudes mucho más beneficiosas, como suelen realizar otros animales de su misma especie, por ejemplo,  el hecho de asimilar algunos conceptos.
Pese a todo lo que les cuento de Flora, no puedo dejar de mencionar su tenacidad sobre todo para mantener sus humos, seguía sintiéndose importante, además,  por haber accedido a cierta amistad con una runfla de gatos tan ambiciosos como ella, que más de una vez le tiraban una soga cuando la veían casi ahogada y con la cara del hambre dibujada entre sus cachetes.  Amigos a  los que acudía haciendo uso de sus pocas habilidades: el gruñido, siseo o silbido, sonido que emitía al sentir la cercanía del peligro. ¡Y vaya si el hambre es peligroso! ¡Y vaya si la runfla era tan inescrupulosa como ella!
Cada tanto tiempo llegaban al zoológico nuevas especies de animales, motivo que generaba gran alteración entre los viejos residentes del lugar.  Una mañana muy temprano, Flora descansaba luego de haber vivido  una noche fogosa en la que varios machos se disputaron la voluptuosidad de sus carnes ya convertidas en sebo. Pero los gatos que entienden muy bien a los humanos  solían repetir algunas frases populares: “a falta de pan, buenas son tortas”. Claro, sobre todo si las otras gatitas ya estaban ocupadas.
Flora y otros animales sueltos vieron la imagen de una imponente leona que había ingresado a desgano como es lógico imaginar, y fuera ubicada  tras el alambrado que separaba  a los animales domésticos de los que llaman salvajes, que no tenían por qué ocupar ese lugar tan lejano a su hábitat natural. Era una hermosa leona a la que la tristeza de su mirada no logró opacar tremenda  imponencia, haciendo sentir a Flora como una especie de insecto en ese mundo donde habitara que consideraba suyo.
Para tristeza de Flora, ya bastante alicaída por el peso de los calendarios, resultó terrible notar el orgullo y la autoestima altísima de los gatos al ver tamaña belleza a pocos centímetros de distancia. Ellos, nada tontos, comenzaron a jactarse sabiendo que sus penes son iguales a los del león, cosa a la que no pudo acceder otra especie ni siquiera haciendo uso de pastillitas mágicas impulsadas por las empresas farmacológicas que lograron estirar el placer con afán lucrativo.
Y  como la leoncita estaba sin pareja, habrían de tenerlo en cuenta. Además, a ella no haría falta  proveerle ningún tipo de alimentos sabiendo muy bien que era cazadora por naturaleza y esa autosuficiencia leonina marcaba otra diferencia considerable.
-Ella se las arreglará para proveer sus propias necesidades, comentaban los machos  mientras frotaban sus cuerpos contra el alambrado divisorio.

La gata, víctima de un fuerte ataque de histeria intuyendo que se acercaban tiempos difíciles, comenzó a transpirar cayendo envuelta en un estado paroxístico de no fácil manejo.

Su poco cerebro en ese momento impedido hasta de razonamiento lineal,  le impedía generar ideas. Su pelaje lucía deslucido, sus carnes flojas no eran comparables a la turgencia de la leona. Pero lo más duro de asumir para la pobre gatita, fue darse cuenta que la nueva vecina en ese espacio tan cruel como existente, sentía por sí misma un orgullo al que Flora jamás pudo acceder abocada como estaba en su manía constante por trepar escalones que la elevaran hasta por sobre de toda lógica.
La chatura de su cerebro pareció disminuir más todavía,  a partir de una desacertada decisión de la gata que al borde de la desesperación pensó que si se paraba frente a la leona en momentos en que el sol  permitiera hacerle sombra pese al alambrado, la eclipsaría con facilidad.
Saboreaba lo que suponía sería su mayor victoria  cuando el sol estuviera de su lado. ¡Su mayor victoria!
Cuando el astro alcanzó el punto exacto esperado ansiosamente por la gata, Flora se paró delante de la leona. Antes citó a los gatos para presenciar cómo ella, la gata Flora, habría de hacer sombra sobre la bestia opacando la fuerza innata de la recién llegada.
Los gatos, hinchados de curiosidad,  fueron acercándose para ver la escena. Flora se paró frente a la bestia, pero el sol no tuvo la capacidad como para lograr que semejante anatomía quedara tapada por algo tan minúsculo. La gata cambió la posición sin embargo el resultado fue el mismo.
Giró, se corrió, fue hacia la derecha, hacia la izquierda, sin producir ningún efecto sombrío sobre la mole. La leona continuaba mirando sin entender qué era lo que pretendía la que, respecto a ella, no era sino una pobre  animalita cargada de ínfulas pero nada más que eso.
Harta de los bailoteos estériles de la gata desesperada, la leona se puso de pie y tal como era de esperar,  más allá de que el sol hubiera realizado un giro conspirativo o no, proyectó su sombra sobre la pobre Flora.
La gata se retiró entre alaridos producto de  la furia que ataca cuando se entiende, aún con las  limitaciones descriptas, que muchas veces sucede que la victoria suele tener un apellido fortísimo: Pírrica.
Lo rescatable de ese momento tan triste como aleccionador, fue que la gata comprendió que no es lo importante querer ser, sino simplemente ser. Y para ello no hace falta vivir apoyada en catervas de rufianes. De la misma manera que entendió, además, que así como un insecto jamás podrá construir un edificio de mampostería;  ni una culebra gestar pajaritos de colores;  o un torturador dar una tesis de derechos humanos resultando creíble; una simpática gata asilvestrada tampoco podrá hacer sombra sobre cuerpo, fuerza y garra de una leona, aunque esté en cautiverio.



martes, 12 de agosto de 2014

El hombre que creyó ser



Caminaba el hombre por las calles adoquinadas del viejo poblado con la lentitud que el peso de los años exigía a los pasos. Cada mañana, cuando el sol se acomodaba sobre el cielo y las aves saludaban con trinos de colores el despertar imprescindible para que la vida transcurriera solemne, rutinaria, creía ser la reencarnación de algún personaje de esos que bailotean, marcando presencia, por las hojas amarillentas del libro que acumula retazos de la historia del mundo.

Así fue que un día dijo haber sido Zeus, en otro tiempo, y salió a juntar hojas de olivo para hacerse una corona. Pero las hojas se secaban. No logró que alguien le temiera y tampoco tuvo hijos para poder deglutir.

Entonces, dejó a un costado de su casa la rama seca que creyó su cetro y cambió el personaje, a la mañana siguiente.

Amaneció otro día creyendo haber sido Atila, pero se dio cuenta que no era azote de nadie. No tenía caballo y por donde pisaba seguía creciendo el pasto. Le faltó fuerza, le faltó coraje, le sobró cobardía y entonces dijo:

-Mejor cambio, me dedico a otra cosa. Este mundo está muy loco y ya nadie respeta a nadie. Se murieron los códigos, se perforan los sueños, esto se está poniendo demasiado extraño.

Fue cuando se le ocurrió que mejor era ser santo y al no encontrar a nadie que se hincara a su paso; o que se asustara con sus órdenes que sonaban tragicómicas y al carecer de un espíritu gregario capaz de aglutinar voluntades, de buenas a primeras cambió el rol asumido por unas horas y se borró del santoral donde creyó estar ubicado. Fue bajando despacito hacia la entraña de una tierra partida donde volvía a ser el hombre gris que fuera hasta ese día de su revelación final.

Una vez allí, acosado por una realidad que abofetea cuando menos te das cuenta, el tipo creyó ser distintos entes en poco tiempo. Pero no fue ninguno.

No pudo ser Napoleón, como pensara. Le faltaron batallas y teoría expansionista. También le faltó un 18 de Brumario, lo que le impidió hacer un Golpe que descuajeringara la historia. Cambió de rumbo, buscó por otro lado.

Se imaginó siendo Apolo pero volvió a derrumbarse su sueño por no tener belleza. Tampoco Cíclope, pues le sobraba un ojo. Ni qué hablar de ser Caronte, ya que no tenía barca y por más intentos que hizo tampoco llegó a ser Cerbero por tener tan solo una cabeza.

Tampoco pudo ser filósofo como creyó que podría ser, porque no le interesó el principio fundamental del universo y además le estaban sobrando mitos y no tuvo forma de acceder a la escuela de Mileto. No la encontró en la guía.

Quiso ser Anaxímenes, pero le faltó aire. El poco que había estaba contaminado.

Se sintió Heráclito, pero estaba incompleto y le falló el juego de los opuestos que no supo iniciar.

Trató de ser Pitágoras, pero le faltaron números y cuando quiso ser Parménides se le mezclaron todos los seres creando un caos infernal en su pobre cabecita alucinante.

Entonces, inició un viaje acercándose a un pasado más reciente creyendo que sería más fácil encontrar un personaje donde poder alojarse. Intentó ser Franco, por un rato, pero enseguida se dio cuenta que para eso, le haría falta un Guernica. Además, si bien era un hombre gris con su cerebro medio volado, mantenía pedacitos de alma enamorada. No podía así nomás, por propia voluntad, dejar su esencia herrumbrándose en el margen de su vida.

Pensó que bien podría ser un Jesús contemporáneo. Multiplicar los peces y los panes. Sanar a los enfermos. Redimir a las putas, ayudarlas a ser mujeres aceptadas porque ellas también tienen alma, como todos. Quiso ser transgresor. Quiso expulsar los demonios que habitaban en él mismo, los que no le permitían ser lo que quería sino parte de otra extraña vida que no aceptaba como suya. Como si todo eso fuera poco impedimento, no encontró a Poncio Pilatos y vio una imagen de Jesús ubicada muy lejos de donde el hijo de Dios, cuentan que había nacido. Y vio manchones de sangre, sintió ruidos que parecían partirle los tímpanos. Huyó de ahí, había alrededor demasiado espanto. Demasiado odio. Demasiado escarnio. ¡Ya no quería ser judío!

La realidad, sacudiéndolo por sus hombros, se encargó de demostrarle que no podría ser Jesús de ningún modo. No había cerca leprosos, no encontró la Decápolis así como tampoco pudo encontrar a un “demonio mudo” en este mundo donde los demonios se reúnen en ágapes festivos. Y hablan en todos los idiomas, dan órdenes y se reparten los pedazos de tierra y riquezas que generan los pobres.

Se convenció a duras penas que ser Jesús no era para él, que además no soportaba los genocidios y allá por donde el Cristo anduviera, eran moneda corriente.

Todo esto lo descolocó mucho más y ante cada desorden el tipo huía buscando otra figura que lo reemplazara. Apostaba a la elección por descarte.

Quiso ser Hitler y le faltaron judíos, homosexuales, gitanos, negros y comunistas. Y le seguía sobrando amor y eso resultaba excluyente.

Cuando trató de ser pintor notó con tristeza que había perdido un color y que sin ese, su obra quedaría incompleta. Arrojó su paleta de cartón y la ramita con la punta deshilada que creyó era un pincel de trazo desparejo incapaz de filetear bordes.

Una mañana, cansado de tantas frustraciones, eligió ser astronauta y nuevamente fue invadido por una terrible sensación de fracaso. Además, la luna estaba llena y tuvo miedo de ahogarse en esa panza de hielo. Y tuvo miedo de quedar ensartado en las puntas de las estrellas que cumplían el papel de custodios de la luna en un cielo amorfo, oscurecido.

El hombre gris, con el pelo alborotado y el alma en estado de transformación continua, quiso sentirse rey pero tampoco lo logró pese a realizar ingentes esfuerzos. Para ser rey, pensó, primero debía convertirse en parásito, esa es la ley y las leyes no se rompen así nomás. Y no hay rey cuando se tiene alma como tenía el tipo. Y no hay rey si sobra el sentimiento. Y no hay rey si se mantiene un poquito de cordura y mucho menos hay rey si sobra el sentido más común de los comunes.

-¡Ya se quién soy! Exclamó una mañana nublada ni bien abrió los ojos. ¡Yo soy Ícaro y puedo volar, acariciaré el sol y besaré la luna! Llegaré tan alto como nunca, seré grande, intocable. Seré un hombre sin sueños abortados.

 Subió a la parte más alta del techo de su casa; abrió sus brazos imaginando que eran alas y comenzó a agitarlos.

El hombre gris cayó al vacío de su propia existencia. Remontó un vuelo efímero para acabar su proeza estampado contra el piso adoquinado del viejo poblado.

En el mismo lugar donde naufragaran sus sueños de alas rotas carcomidas por la realidad más descarnada, el hombre se despidió de la vida sin haber llegado a saber quién fue realmente.

Ilustración: “El hombre” de Beatriz Palmieri