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jueves, 22 de agosto de 2013

El aggiornamento de los buitres

Nechi Dorado
Ilustración: gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri. “Aves blancas”

Cada cierta cantidad de años y a partir de cuestiones inmanejables para las aves y hasta para los humanos,  se producían concilios de buitres. Siempre se trataba de imperiosas necesidades surgidas  intempestivamente, en general apuntaban a medidas de necesidad y urgencia, mediante las que irían implementando nuevas metodologías en su accionar carroñero.
Las sociedades avanzaban y las técnicas de caza de las aves, según notaban algunos analistas con preocupación en medio de  la celeridad que el tiempo arrastra, creaban más repulsión. Los excesos cometidos en todo momento por la especie depredadora habían logrado que fueran haciéndose acreedores del desprecio de muchos de los que históricamente los siguieran. Apoyados en esos conceptos tan evidentes resultaba impostergable tratar de ir cambiándolas bajo el riesgo de perder respeto en el bosque, dado que ese era un lujo que no estaban dispuestos a perder.
Fueron tan groseros los desaciertos cometidos que su fama fue empujada  por la pendiente de la aberración; ya sabemos que es fácil salir de cualquier lado menos del ridículo y del absurdo, lo cual no es poca cosa. Ello sumado al tremendo cansancio del ave director que lo obligó a tomar un tiempo de licencia,  motivó a la convocatoria a una asamblea extraordinaria a la que deberían acudir todos y cada uno de los miembros de la cofradía.
Los de mayor categoría comenzaron a articular proyectos. Por supuesto y dada su misoginia exacerbada, en las sesiones no tendrían cabida las hembras. Ellas seguían siendo cosificadas con la determinación de quien piensa que las situaciones  son tal como están escritas vaya a saber por qué mano vieja y peluda, acatante de aberraciones de ideas nacidas en cerebros en estado de putrefacción. Arcaica podríamos agregar.
A diferencia de lo que sentían por los jóvenes, ya que eran su punto débil y producían en  ellos una atracción especial dado que  representaban la carne joven. La que los dotaba de alegría y buenos momentos llegando, muchas veces, a cometer contra los pichones actos  irreproducibles pero tan reales como asombrosos. Se ve que eso también estaba escrito.
-Hay que cambiar, dijo el buitre que fuera designado como jefe de la bandada, el reemplazante imprescindible por contar con un pasado siniestro. Tenemos que recuperar espacios que se están vaciando. Hay especies que no comprenden que ya todo está escrito y así debe ser. Trataremos de engrupirlos, vamos a colorear nuestros plumajes porque la situación impulsa esa modificación, ya vendrán tiempos en los que volveremos a ser los que fuimos. Mejor dicho, los que seguimos siendo, jejeje, agregó guiñando su ojo derecho y provocando un aplauso que sacudió las ramas interiores del árbol inmenso donde estaban reunidos.
-Vos serás el encargado de producir los cambios, agregó otra voz mayor. Era ese el buitre de más jerarquía, tanta que hasta lograron que se considerara un dios de cartón, pero dios al fin. ¿Quién sería capaz de bajar sus ínfulas? Nadie conocía su rostro, lo identificaban como un ojo muy grande, abierto siempre, que podía ver hasta lo invisible. Circundaban sus pupilas venas que parecían ríos de sangre serpenteando sobre la esclerótica.
No faltó quien viera en ese recorrido los pasos de un demonio agazapado. Un controlador capaz de cuestionar al amor entre dos seres y sus decisiones personales. Imperativo el tipo, egocéntrico y cruel.  Tan tiránico y déspota que logró la aprobación del mundo gracias a su amiga inseparable: la culpa.
-Vamos a cambiar la metodología implementada hasta el momento. Ya estamos fuera de moda, hay que hablar un idioma popular y sobre todo, tratar que los jóvenes…
-…Mmm, ohhh…los jóvenes, repitieron algunos buitres pasando su rasposa lengua por las comisuras de los picos. ¡Eso, eso es, que vengan los jóvenes! Arengaban mientras una línea de baba se deslizaba hasta los pescuezos.
-¡Silencio! Gritó el ave mayor, ¡Más respeto, che, no jodan!  Dije que hay que atraer a los jóvenes pero esperen un poco, para eso tenemos que hablar su idioma, crear canciones con música pegadiza, y si hace falta, empezar a vestirnos como ellos, con ropa alocada, pero eso será más adelante, sentenció.
-Bueno, tengamos en cuenta que el blanco representa la pureza, irrumpió un pajarraco ortodoxo. No sé si será bueno cambiar ese color porque lo único que lograríamos es que los más ancianos se espanten y en estos momentos nos toca sumar, no restar.
-Muy bien eso, agregó un coro de herméticos, muy bien, continuaban mientras asentían con sus cabezotas huecas.
-Hagámoslo con cuidado, respondió uno con anteojos que parecía demasiado conservador, pero que entendía que los cambios hacían falta y había que ir por ellos.
Y los buitres fueron mutando, nomás. Empezaron a popularizarse aunque era evidente que ese cambio no respondía sino como una herramienta imprescindible que había que utilizar sin modificar la esencia natural de la bandada. Mucho menos los proyectos a futuro cercano.
Analistas del mundo comenzaron a hablar del cambio que se estaba produciendo. Los habitantes de las selvas, tanto las naturales como de las de cemento, comenzaron a hablar del fenómeno increíble.
-¡Los buitres cambian! Exclamaban sorprendidos.
-Se están aggiornando, repetían otros.
-Está en marcha una nueva metodología  de la bandada buítrica, la que se apresta a efectivizar grandes cambios conscientes que los tiempos exigen modificaciones. El nuevo rey de los buitres es un ave con mucho carisma,  decían en sus notas periodistas afamados aunque no independientes pese a que se autodenominaran así. Ellos no tenían libertad discursiva en los medios que los contrataban, sino que respondían a líneas editoriales definidas, (vale tenerlo en cuenta).
Y el mundo fue testigo de un nuevo fenómeno en un planeta cargado de situaciones espantosas y algunas que no lo eran tanto.
La bandada de buitres continuaba ensayando reformas que en realidad hablaban subliminalmente sobre la necesidad de mantener el estatus quo imperante, pero las masas suelen tragarse todo lo que reproducen los grandes pulpos informativos nacionales e internacionales y ellos hablaban, justamente, de esos cambios a medias.
En un rincón de la selva, entre matas de tonalidades diferentes, una señora secaba sus lágrimas preocupada por lo que realmente vendría. No era fácil engañar a esa mujer ya que supo de pseudo cambios que no fueron sino cosméticos a lo largo de la cronología mundial.
-Seguirán controlando el bosque con sus mentiras. Seguirán haciendo retroceder al mundo aunque parezca que  marcha hacia adelante. Seguirán imperando sus negocios sucios y sus ideas retrógradas, pero ¿cómo sacudir las almas si hay tanta esperanza de norte a sur y hacia el oeste? Se preguntaba con preocupación.
-Ahora se escuchan voces que aseguran que la fe y la violencia son incompatibles pero no agregan que no hay peor violencia que la injusticia, ¡hipócritas! Agregaba.
-Omiten comentar que fe y pederastía también son incompatibles. O que la fe y el hambre jamás se tomaron de las manos. Tampoco dicen que la fe y el engaño es imposible que puedan ir juntos a ninguna parte. No dicen nada sobre los controles de natalidad, la educación, la marginalidad. No saben hablar en su concepto máximo sobre el amor de unos hacia otros. ¡Por favor!, dijo rompiendo en llanto la señora Memoria.
-¿¡Y qué dicen de las guerras donde mueren tantos inocentes además de mirar hacia otras latitudes y bendecir las armas!? Imbéciles, gritó la mujer en medio de una consternación que partía corazones puros.
De pronto elevó sus ojos hacia el cielo.  Una nube espesa, oscura, amenazante, avanzaba sobre el bosque. La sesión de los buitres había concluido. Un par de plumas viejas, malolientes, se desprendió de algún cuerpo plumífero y fue descendiendo, formando filigranas en el aire, hasta quedar enredada en un árbol viejo donde aves de colores habían fundado sus nidos y desde donde trataban de defenderse del avance de los pajarracos aggiornados.
Los buitres escoltas remolcaban  los cambios que irían entrando en escena en el preciso momento  que hiciera falta y no faltaba mucho.
Un grupo de hermanas que en los últimos años estaba en proceso de unión y recomposición como lo soñaran sus padres inolvidables, sintió un escalofrío. ¡Ellas sabían que ese vuelo rasante de los buitres representaba un gran peligro para esa unión! ¡Qué iban en pos de una desarticulación inminente!
El buitre mayor que también sabía penetrar en lo insondable de las mentes,  sonreía mirando hacia un horizonte sobre el que se perfilaba el desgarre. Solo faltaba que el pajarraco se dirigiera hacia allí posando sus malditas patas.
-Debo recomponerme, se acercan tiempos de mucho trabajo, exclamó con voz suave, pero firme, la señora Memoria.
Pese a que aseguran que los buitres carecen de órgano de fonación, en todas las latitudes se comenzaron a escuchar graznidos de espanto. Algunos los repudiaban, otros celebraban los cambios que vendrían.
-Siempre es así en la vida, pensaba doña Memoria, esa bandada maldita sabe apoyarse en la ignorancia.






lunes, 12 de agosto de 2013

El vestido made in Bangladesh

                        

Nechi Dorado
Ilustración, obra gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri: “Vestido”
El vestido estaba ahí, todavía no lo habían vendido;  flameaba suavemente al compás del aliento fresco de la brisa que parecía convertirlo en bandera de la mano de obra barata.
 Ingrid lo miraba como hacía todos los domingos  cuando salía de la monotonía de su casa  tratando de empaparse de rayos de sol y cielo abierto. El primer o último día de la semana, según la fuente que se consulte, lo vivía distinto entre tantos iguales.
El paseo que realizaba con su amiga comenzaba por la feria artesanal, allí caminaban sorteando puestitos ubicados en hileras desparejas, serpenteantes, donde la policromía de los toldos resaltaba por entre las hamacas, toboganes y calesitas de hierro, también multicolores.
Feria que de tal solo guardaba un recuerdo agonizante; hace rato que esos espacios dejaron de ser exposiciones de artesanía para convertirse en pequeños negocios pintorescos en los que se ofrecen artículos importados. El arte y los artesanos quedaron sepultados entre las raíces de los árboles añosos cuyas copas trataban, infructuosamente, de agitar la memoria de un ayer que tal vez no fuera mejor, pero seguramente, fue mucho menos comercial.
Transitaban entre aroma a sahumerios, globos de aluminio, adornos de vidrio, instrumentos musicales de madera y mucha ropa entrada al país en inmensos buques, que arañando olas encrespadas tras larguísimas travesías, al tocar puerto habrían de triturar migas de pan en las mesas de los trabajadores obligados a colgar sus mamelucos antes de tiempo.
La influencia “made in” logró troncharle los talones al futuro cuando descerebrados del mundo contemporáneo decidieron que era más redituable importar que producir. De allí que el mundo fuera lanzado por un precipicio hasta quedar inmerso en una brutal crisis económica y ejércitos de desocupados impulsados barranca abajo comenzaron  a pulular por las grandes orbes, ataviados con frágiles armaduras de miseria.
A ella le encantaban los amontonamientos de tonos estridentes chocándose entre sí sobre las telas: amarillo, violeta, naranja, verde brillante, turquesa,  rojo fuego, negro.
Como el vestido de colores “made in Bangladesh” que resaltaba entre los otros, atrayendo su mirada.
-Me pregunto por qué no te lo comprás, comentó Haydee. Siempre te gustó esa ropa y sobre todo ese escándalo explosivo de pigmentos alocados. Convengamos que no sería la primera vez que te apartás de la discreción, agregó, y siguió diciendo:
-Además reconozcamos que es tu estilo histórico. Te recuerdo jovencita, descalza, con el pelo lacio, llovido, cayendo sobre tu espalda cubierta por telas coloridas como ésa. Hablabas de la guerra de Vietnam queriendo ir hacia allá para cuidar a los niños huérfanos; recordaba la mujer como tratando de empujar la decisión de su amiga de tantos años que ese domingo se reprimía frente al puesto mirando pensativa el bailoteo de la prenda.
-Gringos hijos de puta, decías con un odio que parecía nacer en tu estómago. ¿Te acordás? Preguntó Haydee sonriendo al evocar ese pasado inolvidable del que ambas fueron parte.
-Si, me acuerdo y lo seguimos diciendo, ¡gringos hijos de tres mil putas! no te despegues de la consigna que también fue y es tuya, enfatizó Ingrid  sonriendo y antes de explicar el motivo de su inminente negativa.
-No, no lo compro. Hay algo que siento como escondido en esos pliegues. Intuyo que cada puntada atraviesa el llanto de niños sin madre. Como todo lo que se ofrece hoy está empapado de ninguneo a la vida,  trasciende el límite del  espanto en medio de esta guerra actual, sin balas a veces, pero guerra al fin.
- Mirá ese rojo, parecen brasas encendidas sobre el ocre oscuro de aquellos cuerpos doblados sobre las máquinas de coser. Siento escalofríos, quisiera meterme en la trama de ese tejido, entrar por cada agujerito, acabar con aquella vergüenza. Aparecer lejos de aquí, trasladarme hacia donde los ayes son ignorados y se convierten en agujas punzantes.
-Vos sabés de qué te estoy hablando, lo comentamos cuando sucedió, recordó y sin esperar respuesta siguió diciendo:
- Miralo bien, decime si las manchas no parecen las siluetas de  esas mujeres. El verde se ve como un charco de lágrimas y el amarillo es como que explotara. ¡El vestido estoy segura que salió de aquella maquila, Haydee! ¡De ese  lugar donde las grietas de las paredes se invisibilizaron escondiendo la tragedia tan anunciada como evitable!
-¡Ay no! No, Ingrid! definitivamente hoy estás muy angustiada, vamos hacia otros puestitos, olvidate de ese vestido, casi ordenó Haydee contagiada por la congoja de su amiga. Ambas mantenían los mismos conceptos desde siempre.
A metros de la percha donde seguía danzando su ritmo de aire y matices el vestido “made in Bangladesh”, un grupo de jóvenes seguidores de algún gurú al que una pseudo sacralización premiara con fortuna impresionante, movía sus pies al compás de un ritmo pegadizo. Ataviados con túnicas livianas, casi transparentes, en las que predominaba el color naranja, hacían sonar sus mridangas y kártalos mientras repetían su mantra krisnaísta con la mirada como ausente, perdida en su propia incógnita.
Metida vaya a saberse en qué extraño laberinto inexpugnable, en tanto agitaban sus cabezas rapadas. Mutiladas por dentro, desnudas por fuera, sobrevivientes de un permanente funeral de neuronas al que fueron introducidos y del que no podrán salir con facilidad.
A pocos metros de ahí, casi chocándose como los colores del vestido, un grupo de personas escuchaba atentamente a un señor que disparaba culpas sobre los oyentes, a la vez que  aseguraba que de algún cielo rencoroso, impúdico, de celeste más claro que el estampado en la tela del vestido, llegaría la salvación eterna. Siempre y cuando se cumplieran órdenes y no se cuestionara nada. Siempre y cuando se mirara hacia las propias tripas. Falsos profetas del apocalipsis con ínfulas de “elegidos”.
Sectas aquí, sectas más allá y esa contaminación purulenta que se extiende y actúa como telaraña donde quedará atrapada la voluntad y la autonomía de las víctimas.
Ingrid apuró el paso hacia la salida del predio, una oleada de indignación se sumó a la angustia formando ese cóctel explosivo que suele arruinar jornadas, aunque el sol acaricie tibiamente y la tarde se acurruque en el tapiz matizado de verdes, donde los niños revuelcan su infancia y los adultos ven correr los días iguales, casi pegajosos.
-Vamos Haydee, es demasiado por hoy. Este hermoso domingo de otoño se juntaron muchas víctimas en este espacio.  ¡Y ya estoy harta de víctimas y harta de estupidez!
El vestido siguió danzando su ritmo mientras los colores parecían ir empalideciendo la tarde que agonizaba. Como la de Bangladesh.

viernes, 9 de agosto de 2013

El frío, el miedo y las camelias



Nechi Dorado
Ilustración obra gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri: “Camelias”
El mar ronroneaba a pocas cuadras de la casa. El invierno ensayaba su mueca más dura, llegó como quien pretende justificar su existencia cerrando el círculo de hielo capaz de provocar   temblequeo  monótono en los cuerpos.
El pronóstico del tiempo anunciaba para el día siguiente probabilidad de nevadas en la zona costera.
-¡Uy, caramba, mis camelias! Pensó la mujer, típico exponente de un mundo en el que se privatizó hasta el concepto. Ella sentía que los pimpollos que estallaban su libertad bajo un cielo con gusto a salitre no eran del árbol sino suyos.
-¡Mis camelias! Volvió a exclamar totalmente convencida. Tomó unas tijeras y se dirigió hacia el lugar donde el  pequeño árbol continuaba su parto de pétalos matizados, donde el blanco prevalecía impidiendo que un tímido rosado invasor se adueñara de la situación copando la superficie suave de las flores.
Comenzó a cortarlas acariciando cada tajo. –Si las dejo en la planta, murmuraba  justificando su acción, el frío las matará. -Ya tienen oxidados los bordes, es una pena, pensó.
Ubicó las camelias en tres floreros pequeños, uno quedó en el centro de la mesa del comedor, otro fue para la sala y el último quedó depositado en la mesita de bambú del porche.
Las camelias comenzaron su agonía con la desesperación de un asmático en crisis,  entre aroma a puchero y  lavandina.
Allí mismo, en un rincón impecable de la casa, el miedo, asesino inclaudicable, lucía orgulloso una nueva medalla de pétalos sobre la solapa rasada. Más allá de los amplios ventanales  el frío seguía apretando.