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jueves, 13 de diciembre de 2012

Una historia de miércoles...


Una historia de "miércoles..."

Nechi Dorado
UNO A VECES COMETE ERRORES porque es humano, confieso que debo tener exceso de humanidad y con bastante menos podría vivir mejor.
Porque los errores que vos cometas, no son comprendidos por los grandes capitales transnacionales. Convengamos que esos, no comprenden nada más que los propios.
Pero, ¿viste? Uno no inventó el olvido, ya está inventado ¿qué me vienen con tanto remilgo?
Te cuento que me tragué el vencimiento de la factura de la luz, porque, realmente, no llegó la factura, pero las empresas dicen que el usuario es el que tiene que recordarlo.
Eso puede ser para los usuarios memoriosos y en este caso, también asumo que soy olvidadiza integral. Nada de apenas, simplemente un despiste con polleras y asumido.
O sea y para que quede claro, tenés que acordarte por el olvido, traspapeleo, ineficiencia, o lo que sea de los grandes facturadores capitalistas que te meten cañazos por el lomo y si los esquivás sin querer, encima te castigan.
No enviarte las facturas no es error, el errado sos vos que no hacés uso de la memoria para todo.
PARA NO HACÉRTELA MUY LARGA, me olvidé de pagar la luz. Esta mañana me senté a tomar sol porque el día estaba hermoso, pensaba tantas cosas lindas, porque soy de los que sostienen que la vida es hermosa, pese a cosas que suceden y entristecen. Y pensaba que aún en los momentos más terribles, la esperanza está, nunca se aleja del todo. Está acovachadita, oxigenada aunque en letargo, tan quietecita que a veces parece que nos abandona, pero no.
Hoy tuve que volver a la realidad y fue un planazo, es como que me estrellé contra la realidad que tiene piernas más largas que esa esperanza que te mencioné hace un momento.
Pero esta vez no me enojé conmigo, me enojé con ellos y actué en consecuencia, enojada, como corresponde.
Fue cuando pude ver el camión de la empresa de luz; esa que desde que la privatizaron parece que hasta le hubiera inyectado plástico al corazón de algunos laburantes. Porque en la vida, si hablamos, todo se puede entender, pero los tipos que venían en el camión parecían ser los dueños de la empresa. Con mameluco y seguramente sin efectivo en los bolsillos.
Soberbios, repugnantes, tenían cara de amargados y en eso los comprendo un poco. Lástima que tantas veces se ponen la camiseta de la empresa y parece lobos feroces contra otros trabajadores.
De pronto los vi que iban derechito hacia el medidor de luz, la verdad es que pensé que tomarían el estado para la próxima factura, pero no. Error.
Cuando noté que tenían en sus manos una pinza se me pararon los pelos. ¡Y se me paran con tanta facilidad!
-Buen día, compañeros, les dije, con mi mejor sonrisa amistosa.
-Compañeros las pelotas, me respondió el que tenía la pinza.
Si, ya se, yo y esa costumbre de creer que todo trabajador es mi compañero… Claro, la respuesta hizo aflorar lo peor de mí, uno es despistada, olvidadiza, inquieta, todo lo que vos quieras, pero muda y de momento, para nada. Entonces, modifiqué el saludo:
-Buenos días señor ejecutivo, ¿qué es lo que vas a hacer? Yo se que mi tono iba cambiando porque me conozco. A veces parece que silbo como las culebras…
-Vengo a cortar, si no pagaste la luz, jodete.
-Ah bueno, dije, y sí, en ese momento comencé a pensar que podía ser que no hubiera pagado mi factura y traté de explicárselo, pero el chabón de pronto pareció sordo. Por supuesto, me enojé conmigo pero mucho mayor era mi bronca contra él.
-¡Como te equivocaste, papito! Sólo atiné a responder, tratando de que el tipo entrara en razones. Traté de explicarle que en un momento iba hasta la oficina, pagaba y resuelto todo.
No, el tipo estaba sacado, no aceptó explicaciones.
-Jodete, jo-de-te, respondía.
COMO YO TAMPOCO entro en razones cuando me saco, tomé la manguera que estaba a medio metro y hacia la que me fui acercando despacito, como para que no se dieran cuenta.
Inmediatamente, sí señor, lo bañé al tipo, un par de manguerazos amansa locos y lo invité:
-Cortá nomás, pero se lo dije apuntando hacia la caja de luz, dispuesta a bañarla también.
-¡Qué hacés, loca de mierrrrda! Escupió el tipo.
Como se puso nervioso y por ahí le hacía mal, seguí metiéndole manguerazos pensando que podría calmarse.
-Cortá tranquilo, le decía, al fin, él estaba cumpliendo las órdenes impartidas.
A mi no me obedeció, no cortó nada.
El tipo me fulminó con la mirada y mientras mencionaba a mi madre, se subió al camión que lo trajo hasta la puerta de casa, pegó un portazo y se fueron pelando asfalto, como bólido en competencia.
-Solo me dio tiempo a decirle: y sí, flaquito, tenés razón, vos ¡compañero las pelotas!
Lo peor, es que cuando fui a la compañía a pagar mi “deuda” me comentaron que el corte no era para mí, sino para la casa de al lado que hace unos meses está deshabitada.
No obstante, quedé muy mal porque de verdad te digo, para mí el tipo era un compañero

jueves, 6 de diciembre de 2012

Es mejor cambiar de tema...



Nechi Dorado

 

Todo cambió en ese pueblo erigido a fuerza de suspiro de pulmón y lomos encorvados desmontando médanos insolentes.

Para quien conoció un ayer cercano, resulta tristísimo ver la realidad actual que comenzó a desarrollarse cuando  la desidia  arrancó las ropas de la santa patrona del lugar, dejando al desnudo sus curvas de mujer talladas en piedra y cemento.

La que da la bienvenida obligando a hacer un giro entre la ruta y la entrada al pueblito, siempre engalanada por flores que dejan los habitantes como ofrenda y gratitud por los favores otorgados en otros tiempos.

 

Nada es igual en ese sitio marino donde los pocos residentes parecen ir transformándose en almejas, -extinguidas, éstas-, escondiéndose del sol, de la noche y de las estrellas.

Y hasta de las olas que siguen danzando melodías de recuerdos no tan lejanos, salpicando la arena con su espuma y sal, ahora contaminadas.

Un pasado desdentado ovilla recuerdos echándose   a dormir un sueño eterno entre las dunas. Es como si se hubiera exiliado allí, incapaz de alejarse para siempre.

Evoca entre sonrisas,  los tiempos en que los pobladores dejaban las puertas abiertas y las bicicletas a la sombra, mientras iban a darse un chapuzón de mar  cuando el calor abrasaba descargando pinceladas de color sobre los cuerpos.

-Acá nunca pasa nada, decían inflándose de orgullo cuando los turistas se sorprendían pensando que eso de no echar llave era descuido.

 

Todo cambió en poco tiempo, demasiado poco tiempo, cuando hablamos de la pujanza de ese pueblo parece que estuviéramos transportándonos hacia otro siglo. Pero no, todo se ha ido dando en demasiado poco tiempo. Tan poco que hubiera sido muy fácil detenerlo si hubiera habido decisión real.

A media voz hablan en el pueblo sobre lo que está pasando ahora. Cuando la obscenidad se instala, cuando se prostituyen las conciencias nepóticas encumbradas, las voces van perdiendo sonido, se enronquecen, aletargan, susurran temerosas, mientras los ojos dirigen la mirada hacia todos lados. Como escudriñando que nadie esté cerca, no sea cosa que…

 

-Todos sabemos quienes son los que están robando, dice una mujer con palabra nerviosa.

-¿Y qué hacen? Preguntó una  recién llegada.

-¡Qué podemos hacer! Si tienen más poder que nosotros, a ellos los apañan. Mirá, ese que va allá es uno de los chorros, pero es apenas un raterito, ese no se mete en las casas. Anda más bien con el arrebato, quebrado por las drogas va haciendo desastres, el otro día le arrancó el monedero a una viejita de ochenta y siete años ¿Podés creerlo? Y le puso una pistola en la cabeza.

-Espantoso, pero digo ¿Y los otros, los que se meten en las casas? No creo que nadie pueda ir tan fácilmente,  con un televisor al hombro saltando muros medianeros. O un lavatorio, es cosa de locos.

-Dejalo ahí, mejor cambiar de tema, pero todos los conocemos.

-Parece mentira, pensaba la mujer casi recién llegada. Cuando las cosas no se detienen a tiempo se van profundizando. ¡Qué pena!

 

La brisa suave desparramaba el perfume de la menta y la lavanda, la sirena de una ambulancia rasgaba la tarde en su rumbo apresurado hacia el  hospital que, casualmente, con lo único que cuenta es con recursos humanos. Los materiales se alejaron cuando se fue la tranquilidad; no hubo mano ni conciencia ahí ni más allá,  capaz de detener ese éxodo hacia la nada. Hoy parece un fantasma esquelético, descascarado, agonizando en una sala de terapia intensiva sin oxígeno.

 

La burocracia corrupta, insensible, impávida, ante una realidad que exige atención y acción inmediata,  repasa las noches en comités de tranzas, manteniendo incólume el trono desgarbado de un  Baco irresponsable que exhorta a no parar la fiesta donde caben pocos invitados.  Los efluvios etílicos y rayas blancas que exaltan los ánimos cuando pueden andarse bajoneando, son los aliados imprescindibles que aparecen en el momento justo en que  se quiere asesinar los recuerdos.

Así es como se mueren los pueblos de a poquito, amordazados por el terror que es capaz de silenciar hasta a la irreverencia del pensamiento, cuando da vueltas sobre una frase que tiene fuerza innegable: de todas las desgracias que padezcan los pueblos siempre hay responsables.

Lo que pasa es que se sientan en tronos muy altos, casi inalcanzables, adonde solo tienen permiso de entrada los lacayos y los adulones.

 

Recién vuelvo del mar, estaba tan picado. ¡Qué cosa más linda!

 Mi corazón, creéme, pienso que no late, siento como un chirrido igual al de la seda cuando la rasga el filo de la tijera.

Y de este sentimiento, también hay responsables, pero según dicen, es mejor cambiar de tema…

 

   

 

domingo, 28 de octubre de 2012

¡Arriba las manos!


¡Arriba las manos!

 

Nechi Dorado

 

El joven se levanta cuando la mañana

se confunde con el pliegue de la tarde.

Va remendando sueños por pasillos

alfombrados de tierra apelmazada,

donde el amor se esconde tras cascotes

entre ratas y alimañas.

De dos patas.

 

Saldrá con sol estrellas lluvia vientos.

Con luceros y sin ellos.

Saldrá como quien sale a bofetadas

con la vida y con la muerte que

acaricia sus mejillas todo el día.

¡Todo el día!

 

A las trompadas se levanta.

A cachetazos con la gente

y a palazos contra el perro

que es el único que nunca

lo abandona.

Si  no conoce el calor de una caricia,

¿quién pretende que la diera?

¡Algún imbécil!

 

Y dura el joven, un poco niño, muy muy muy viejo.

Solo dura.

 

Algo le dice en voz baja

que hace falta que los pobres

sufran mucho antes de entrar al cielo

por el ojo de una aguja.

La mentira  susurra en sus oídos

taponados por el polvo.

Las escuelas se cerraron,

pero otras puertas se abrirán.

 

Será ese el premio cuando la muerte

Se lo lleve para siempre.

Si, claro. Para siempre.

¡Alto el precio!

Me parece.

 

En su bolsillo raído, tan deshilado como su alma,

lleva la foto de un santito milagrero.

Dicen, que si le reza cada noche,

hará un milagro.

Pero el santo distraído no lo escucha

no lo mira ni bendice

ni le arrima unas monedas

¡Nunca, nunca!

¡Tal vez, acaso, cuando llegue al cielo…!

 

Y el joven, tratando de jugar carreras

en esa compulsiva maratón contra los días,

acaricia una pistola y una faca.

Alguna de las dos, seguro que no falla.

 

Se empuja, envejecido como está,

antes de tiempo,

a robar a maltratar a asesinar

O a cualquier cosa. La que sea.

La que obligan los extraños

Paradigmas.

 

El hambre se revuelve en esa panza

Que hace ruido y se retuerce

estrujando la esperanza.

¡Acá todo es igual! Dicen que dijo.

Todo es igual.

Gritó: ¡Arriba las manos!

¡Y se le escapó el tiempo!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 4 de octubre de 2012

José Mas Akre, "Señor de la Vida y de la Muerte"






-¡Mirá vos! Yo que pensaba que esa enfermedad solo atacaba a los buenos. Parece que se enfermó el rey, comentó Belén a su amigo Tomás mientras leía los titulares de los diarios, esa mañana que la primavera no terminaba de despertar.
-Bueno, ¿Qué cosa se te ocurre? Respondió Tomás mucho más centrado en pensamientos que ella. Convengamos que todos podemos enfermar, es duro pero real.
-Claro, respondió Belén, sin prestar atención a esa respuesta, absorta como estaba en la descripción de la enfermedad del rey entronizado a fuerza de prepotencia matona.
Las noticias hablaban de José Mas Akre, Señor de la Vida y de la Muerte, según rezaba el diploma honorífico que describía el alcance que tendría su reinado en tiempos en que la humanidad era devorada por los sistemas inalámbricos que, como si fueran coladores, permitían que toda noticia que se produjera en el lugar más apartado del planeta, escapara por los agujeros para tener repercusión inmediata.
José Mas Akre era un personaje de bajísima moral, amante de las discordias y como rezaba su lema, Señor de la Vida y de la Muerte.
Allí donde posara su mirada hierática, fría y calculadora, la historia tenía la particularidad de mutar de pronto.
El decidía sobre todos los habitantes del reino, aún cuando éstos habitaran en otras zonas. Lucía una sonrisa que parecía plastificada, típico de la gente que no sonríe desde el alma.
Cuando enfermó, como enferma todo el mundo alguna vez, no produjo alegría en la gente que era muy distinta a él.
Digo, esa gente por cuyas venas corría la sangre humana, esa que no comparte siquiera el factor de los que rinden culto al espanto.
A diferencia suya que cuando asesinaba, utilizando para el trabajo sucio a un grupo nutrido de sicarios, salía a celebrar el crimen como corresponde a todos los que se nutren de la muerte.
Crimen, violación, desaparición, todo estaba definido en su propio diccionario en el que la palabra vida iba seguida de un “hasta que se me antoje”.
Belén, leyendo la noticia de su enfermedad, por esas cosas extrañas de la psiquis, recordó un episodio vivido hace tiempo atrás, mientras pasaba unos días en casa de su padre.
Sucedió un mediodía de esos en los que el sol pierde su vergüenza y se torna irrespetuoso, abrasando hasta los esqueletos, clavándose entre adiposidades, músculos y tendones, haciendo que la piel parezca un gran río salado dibujado en cada anatomía.
En momentos en que ella iba a tender ropa, sobre el césped reseco, vio una culebra cuya cabeza apuntaba hacia las patas de una paloma torcaza que comía las miguitas de pan con las que su padre las alimentara cada día.
Ante la imagen, Belén, sintiendo ausencia de su capacidad defensiva, solo atinó a gritar:
-¡¡¡Paaaaaaaaaa!!! en clarísima alusión a su padre, quien acudió presuroso al llamado intuyendo que la voz de su hija anunciaba algún peligro inminente.
Belén solo atinó a espantar a la palomita que alzó vuelo, tal vez desconcertada, dejando su almuerzo inconcluso.
Su padre tomó una pala cuyo filo se incrustaba, en momentos normales, sobre la tierra arenada para quitar las malezas. Esa vez, en cambio, impactó sobre lo que podría decirse que era el cogote de la alimaña en el supuesto caso que tuvieran cogote.
El bicho repulsivo hizo dos o tres contorsiones, como si danzara su último cadereo invertebrado sobre el césped.
Y murió con su carga de veneno atragantado, sin tiempo como para descargarlo sobre las patitas indefensas de la torcaza.
Belén recordaba la escena y volvió a situarse en ese tiempo. Volvieron las palabras que sucedieran a esa visión de la muerte por “asesinato”.
-Ay pa, ¡La mataste! Pobre bicho, no se como pudiste hacerlo.
-¡Nena! respondió el padre sin tener en claro que la “nena” ya no era tal sino una mujer casi a punto dehacer su entrada a la tercera edad cuando menos quisieran pensarlo.
-Era una yarará, no puedo ver a esos bichos repugnantes, muchas veces andan por acá. Todo lo que se acerca sin hacer ruido, lo que se arrastra y no avisa su llegada me resulta insoportable. ¡Qué la parió!
-A mí también, pa, pero la muerte me espanta, llegue por el motivo que llegue con o sin aviso. Hasta me causa horror la de una alimaña, me da un poco de cosita, ¿Viste?
-¡Vos siempre tan romántica, qué cosa más grande! Y eso que casi te morís vos del susto, murmuraba el viejo mientras metía en una bolsa el cadáver al que ni el calor de ese mediodía pudo entibiar un poco.
-¿Qué piensas? Preguntó Tomás cuando notó que Belén parecía mirar hacia un pasado traído de los pelos, de repente.
-Nada, respondió Belén, nada. Recordaba la historia casera de una culebra a punto de picar las patitas de una torcaza que comía miguitas de pan, un mediodía de sol abrasador, antes de que mi viejo la matara.
-Volviendo al tema, yo que pensaba que esa enfermedad atacaba solo a los buenos, repitió Belén.
-No, ataca a cualquiera, respondió su amigo.
-Si, si, pero es que la muerte me espanta llegue por el motivo que llegue, expresó Belén.
-Por supuesto, afirmó Tomás. Por supuesto y eso es, justamente, lo que nos diferencia.
-Che, ¿Y cómo saldrá de su enfermedad José Mas Akre?
-Ojalá la supere, tal vez esto le sirva para comprender que aunque tenga el título de Señor de la Vida y de la Muerte, también es vulnerable a ese designio.
-Ay Tom, me parece que a vos también te espanta la muerte.
-¡Claro que sí! Lo que no se es que tendrá que ver José Mas Akre con la culebra que matara tu padre. Mira que tienes facilidad para saltar de un tema al otro, mujer.
-Seee, en serio que sí, respondió Belén. Pero creéme, volví a sentir pena por la culebra.

El rosal y la culebra









Hacía muchos años que el rosal se erguía en medio de un paraje espeso. Dicen que nadie lo puso allí, que comenzó a brotar mezclado entre la nada.
No había mano que lo riegue ni sombra que lo proteja. Tampoco había voz que le susurre admiración frente a la ofrenda de sus pimpollos aterciopelados, que muchas veces, caían apresuradamente desparramando sus pétalos entre el follaje.
A sus pies, donde la raíz se oculta aferrándose a la tierra para proteger su crecimiento y darle la fuerza necesaria como para que no lo venza la tempestad, una culebra dormía su siesta bajo un sol que hervía hasta la médula del tiempo, empeñado por iluminar el paraje abriéndose paso entre la espesura de las matas.
La culebra no era visualizada por todos pero estaba allí, haciendo su trabajo constrictor.
Al ver el rosal solitario, algunos decían: -Esa es la planta de la muerte, está contaminada por el veneno del áspid.
Otros aseguraban que estaba maldito, exhortando a arrancarlo a cualquier precio.
Mientras la culebra seguía su siesta indigestada, acogotando la vida.
No faltaba quien asegurara que la planta ocultaba un mensaje infrahumano.
-Nacer así, espontáneamente, sin órdenes expresas, sin reglamento. Eso implica que lo puso ahí Satán. ¡Hay que extirparlo ya!
Ordenaban a diestra.
-Es hija del diablo, agregaban, mientras se persignaban temerosos de la proximidad de algún futuro armagedónico.
¡Y la culebra dormía con sueño sostenido!
El color seguía estallando desde las ramas de ese rosal abandonado, a pesar de profecías. No le hacía falta más que su voluntad para seguir viviendo. Lo sostenía su propia necedad por aferrarse a la vida.
La brisa desparramaba el perfume de los retoños, extendiéndolo como se extiende el amanecer cuando el sol deja de mirar de reojo las piernas a la luna.
Cuando rompe el horizonte y empiezan a desperezarse los primeros rayos.
Más allá de prejuicios nacidos desde dogmas de infiernos y demonios, la planta ofrecía el espectáculo vital de la solemnidad irrespetuosa que no admite ruegos, permisos ni limosnas.
A pesar de la culebra y su sueño.
Las raíces, silenciosas, casi titánicas, seguían tejiendo anillos cerrados alrededor del bicho repugnante que dormía, mientras la fantasía seguía entrelazando urdimbres de suposiciones.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Sigo buscando palabras...


1976- 16 de setiembre- 2012

La noche de los lápices...


Hay días en los que me siento condenada a buscar palabras sin poder encontrarlas.

¿Será que se me esconden, tal vez, acongojadas?

¿O será que no existe el término que pueda contener la esencia de la monstruosidad cuando cae a plomo sobre un pueblo que sueña destinos de grandeza?

A 36 años de una noche de hiel, sigo pensando:

¿Qué dios acartonado se permitió abortar la primavera que asomaba, mientras garras afiladas giraban la cuerda del despertador de la vergüenza?

Cuando arrancaron los capullos que habrían de ser las flores de la historia.

Cuando Zeus se despabiló para tragarse, de pronto, a esos jóvenes que comenzaban a transitar los bordes espinosos del camino de la lucha.

Uno a una.

Para siempre.

Para el dolor perpetuo de mi gente.

De alguna gente, en realidad.

De la que aún tiene memoria y siente hervir la sangre cuando da vueltas las páginas donde quedó estampado el odio encarnizado y los lápices sin punta.

Desgarrados. Pisoteados. Vejados. Torturados ¡A-SE-SI-NA-DOS!

Aunque sabemos que aún siguen escribiendo.

 

¡Qué mente pudo albergar la génesis del odio al punto de talar los sueños colectivos, aquella  noche de espanto, mientras comenzaban a reptar sierpes encapuchadas abriendo las puertas de un infierno voraz. Uno más entre los tantos que vivimos.

O sufrimos.

¡No cabe el verbo vivir en tanto escarnio!

¡Que menosprecio a la vida!

¡Que escarmiento feroz por animarse a acariciar el nido de los anhelos!

 

Sigo buscando palabras y sigo sin encontrarlas. Vuelvo a sentir el eco que nace desde el centro de treinta y seis  lágrimas acovachadas en el alma.

Como otras veces,  tomo una, la acaricio, le hablo, la beso tiernamente mientras elevo mis ojos hacia un cielo de luto.

Ese cielo en el que brillan  luceros abrazaditos, dentro de la constelación donde otros treinta mil ¡se desperezan!

Algo me dice, nuevamente, que ya no busque palabras, que es suficiente con decir esta noche de setiembre memorioso:

¡COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS, PRESENTES!

 

Y mi lágrima responde:
¡AHORA Y SIEMPRE!

 

 

jueves, 23 de agosto de 2012

Cicatrices de la historia


 
 
 
 
Un día de tormenta, uno de esos  cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.

A veces el viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y  para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque, que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.

 

Sucedió a pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de ciclón agregando una palabra más al diccionario.

 

En el centro geográfico del  barrio Buenashebras,  donde no hace muchos años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.

El tiempo corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.

Ayer que pasó a ser historia cercenada.

Ayer de ayeres sin visos de mañana.

 

 Frente a  la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad. Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica textil, orgullo del barrio que crecía.

 

La furia de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.

Acudió también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento  y las frenadas de los vehículos de paso.

Doña Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.

Doña Teresa, “la Loca”, la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan locos como ella.

-¡Son ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda, tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.

-¡Son sus gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.

-¡Ellos avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos trataban de hacerla callar y no podían.

-¡Ahí viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a llorar gotas pequeñas.

-¡Los camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.

 

Tiempo atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida, sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de las nuevas mañanas.

Las sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que fluye por las venas.

Los vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento, nadie pudo confirmar.  O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie quire!

No quieren ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros donde antaño se atornillaron los telares.

Tronaban en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué pozo de espanto.

Camiones y sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas escupían  ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de  sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.

Teresa enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un culto persuadido por el miedo.

Allí, entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un poco más allá en el tiempo.

Allí, entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.

 

Hoy hablan de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.

Y lo será, sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.

 

Dicen que la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los maderos  del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria cuando ya está fallecida!

¡A quién importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir otros proyectos!

Todo es desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla callar, pero no pueden.

Sigue diciendo, “la Loca”. Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.

Y sigue hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.

Paredón donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.

Sólo el esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de nuevo.

Atrapados por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato de la memoria colectiva.

Buenashebras crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas  las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris, como el recuerdo.

Sobre la memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando  sal sobre las cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.