Contador numérico

jueves, 20 de enero de 2011

A mi niña Paloma

Apenas te imagino, niña Paloma.
Niña a la que no pude mecer su cuna,
ni descifrar sus desvelos o besar su frente,
iluminarme con su sonrisa de oro  y sus destellos.

¡Niña Paloma!
Quisiera ser el viento a favor que eleve tu vuelo,
la nube que te cubra si te asalta el miedo,
la estrella que detenga el filo que te hiera
la palabra concisa, que devele un misterio.

Enroscarme en el aire, si sopla a contramano
queriendo convocarte hacia la oscuridad,
hacia el lamento.
Quisiera ser tu manantial y tu desierto,
la levadura de tu pan, la vianda de tu aliento.

El brillo de tu luna, tu error, tu acierto.

Si un día tuvieras hambre de  palabras
quisiera romper la huelga, llenar la ausencia,
tapando cada agujero de tu alma.

Encordelar el potro de  todas tus tristezas
para que nada te arrastre, hacia la mansedumbre,
ni al despecho.
Quisiera volverme olivo,  senda de caramelo,
almíbar de tu voz, brisa de lluvia
guía de tu paso firme, al rozar tu suelo.

Mi niña Paloma, crece, agita tu vuelo
que mis latidos te siguen hasta en la ausencia.
¡Enciéndanse tus soles, dancen luceros
cuando tus alas vuelen libres, hacia el tiempo!

Tal vez ,entonces, ya pueda conocerte…

lunes, 17 de enero de 2011

Creo que hablo de amor, de todos modos


Pensaba hablar de amor,
contar, por ejemplo, que espero su regreso,
que extraño su mirada, sus pasos por la sala,
o que la luna brilla menos, por su ausencia.

Eros se acurrucó en mi alma 
haciéndose a un costado de repente,
o acaso Tánatos arrebató el espacio,
con su fría indiferencia, prepotente…

Sin embargo, creo que hablo de amor, de todos modos,
mientras sigo extrañando su mirada.

Hablo  con otra forma de pasión, que también duele,
hasta volverse quiste en las entrañas,
como metástasis que envuelve los sentidos,
cuando aplica machetazos la miseria.

Otra vez ésa, espectro recurrente,
como un estigma que me sigue donde vaya,
quiero pensar en él, pero la encuentro a ella
o será que sin quererlo elijo desnudarla.

Hace calor, acá, estalló el verano,
Eros lloró  cuando explotó cuatro veces, el espanto,
por ocho ojazos negros, que fueron casi nada,
como espinas ensartadas en la médula del tiempo.

Como un desguace de carne acumulada
en el desarmadero de la  infancia.

Esos ojos aturdían el silencio, crujían nudos  en
sus panzas llenas de aire,
fueron sus piececitos de huesos quebradizos
los que buscaron el apoyo de una piedra que no estaba.

¡Tenían monedas de lástima en sus manos
mientras seguía estallando este verano!

Del otro lado del camino,
donde las huellas se vuelven luto de repente,
la infamia de una tosquera abandonada
se atragantó con la luz de sus miradas.

¡Y devoró a esos niños de mi tierra
que  ya eran invisibles para tantos…!

¡Los niños pedían pan, tan solo eso
y nadie pudo sostener sus pasos!

El útero del mundo , indiferente,
sólo supo de ellos por recuadros
en  algunos periódicos, de grupos millonarios
que jamás  hicieron nada por salvarlos.

Hace calor, acá, estalló el verano.
Sigo extrañando sus pasos por la sala,
sin embargo, creo que hablo de amor, de todos modos
aunque no sea de aquel amor, que siga hablando.

domingo, 9 de enero de 2011

Juana

Era una noche triste, desbocada,
dejó a los niños durmiendo bajo el techo de paja
donde alimañas hicieran su nido desparejo.
Juana entretejió su trenza y la enroscó en su espalda
color de tierra, color de pueblo marginado,
donde precoces surcos, acusaban una edad apresurada.

Ella sabía que decir no, era un verdugo cercenador de vida,
asesino de estrellas, de alboradas,
asesino de todo.
                        Asesino.

Ante su paso, frotándose las manos
el proxeneta ladino, prepotente,
preparando  caricias no deseadas
producto del instinto exultante
de las fieras,
frenó su paso,
con el concepto del “patrón” cazando presas,
como dueño feroz de madrugadas.

Juana fue p’a la maquila engullidora
secándose una lágrima furtiva,
odió el dolor que como ataque de dioses
del averno,
contaminó su cuerpo llenándolo de heridas.

Juana perdió las hojas de su historia
entre los hilos de la tela ajada.

A la mañana siguiente, un arco iris
iluminó su cadáver
que aún hablaba,
como el de tantas Juanas
hoy en día…