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lunes, 16 de mayo de 2011

¿A qué sabe la traición?

Sabe a cielo de espanto,
      a fuego sucio que arrasa el sentimiento,
         carga el odio de un dios excomulgado
           hacia el averno feroz, vuelto despojo.

       Me sabe a rosa ensartada por su propia espina.
         Me sabe a canto de sirena enronquecida.

Sabe a caricia de hielo y repugnancia,
  sabe a reptar de serpiente entre la hierba
   con furia de Hecatónquiro silbante,
    devorando a sus hijos, de repente.

Me sabe a noche sin pan de los hambrientos,
  sabe a suspiro contenido frente al miedo,
   a rebelión asfixiada del aliento,
     a soledad de viejo, en el olvido.

Sabe a arco iris de luto, tras la muerte.

Son cinco dedos huérfanos de mano,
 O cinco manos huérfanas de dedos.
   Manos heladas que emergen mutiladas
   desde algún laberinto inexpugnable
    desentrañando frases inconexas.

Va la traición oculta en recovecos intrincados
  Atrapando, una a una, a  las sonrisas,
   en alguna telaraña camuflada.

Sabe a daga ensartada
  en la espina dorsal de los sentidos,
   abriéndole las vísceras al tiempo.

Sabe a puñal que se clava por la espalda
  a corazón que sangra, sin remedio.
   Sabe a un adiós instalado para siempre
    sabe a puerta cerrada y a lamentos.

No hay vuelta atrás si la traición se instala
  haciendo agonizar a la palabra,
   entre paréntesis de margen impreciso.

Es como maldición que brota en madrigueras
  decretando la muerte de los sueños,
   produce enjambre de lágrimas que cuelgan
    cual caireles,
    desflorando a la lealtad, con su veneno.