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viernes, 9 de agosto de 2013

El frío, el miedo y las camelias



Nechi Dorado
Ilustración obra gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri: “Camelias”
El mar ronroneaba a pocas cuadras de la casa. El invierno ensayaba su mueca más dura, llegó como quien pretende justificar su existencia cerrando el círculo de hielo capaz de provocar   temblequeo  monótono en los cuerpos.
El pronóstico del tiempo anunciaba para el día siguiente probabilidad de nevadas en la zona costera.
-¡Uy, caramba, mis camelias! Pensó la mujer, típico exponente de un mundo en el que se privatizó hasta el concepto. Ella sentía que los pimpollos que estallaban su libertad bajo un cielo con gusto a salitre no eran del árbol sino suyos.
-¡Mis camelias! Volvió a exclamar totalmente convencida. Tomó unas tijeras y se dirigió hacia el lugar donde el  pequeño árbol continuaba su parto de pétalos matizados, donde el blanco prevalecía impidiendo que un tímido rosado invasor se adueñara de la situación copando la superficie suave de las flores.
Comenzó a cortarlas acariciando cada tajo. –Si las dejo en la planta, murmuraba  justificando su acción, el frío las matará. -Ya tienen oxidados los bordes, es una pena, pensó.
Ubicó las camelias en tres floreros pequeños, uno quedó en el centro de la mesa del comedor, otro fue para la sala y el último quedó depositado en la mesita de bambú del porche.
Las camelias comenzaron su agonía con la desesperación de un asmático en crisis,  entre aroma a puchero y  lavandina.
Allí mismo, en un rincón impecable de la casa, el miedo, asesino inclaudicable, lucía orgulloso una nueva medalla de pétalos sobre la solapa rasada. Más allá de los amplios ventanales  el frío seguía apretando.

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