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lunes, 22 de julio de 2013

La rebelión de los formícidos











Nechi Dorado

Ilustración: obra gentileza de la artista visual argentina Beatriz Palmieri: “El mantel y las hormigas”

El pequeño ejército rumbeaba hacia el enorme parque,  como lo hacía todas las noches a la hora en que la luna se despereza para encender  las lucecitas del cielo.
Los diminutos seres sabían que a esa hora la cocinera sacudía el mantel de hilo bordado a mano, del que caerían las migajas que sobraban de los suculentos banquetes al que asistían otros insectos  bípedos y de mayor tamaño. A diferencia de los primeros, estos últimos, por ser de hábitos parasitarios, carecían de los  mínimos conocimientos sobre lo que representa la organización social y la división del trabajo, cuestión que tan bien comprendieron los primeros, llevándolos a la práctica a través del tiempo.

-Caramba, dijo la hormiga más despierta, la que tenía el espíritu crítico muy desarrollado y que pretendía inculcar,  sobre todo, a las más tímidas de la organización. ¡Siempre las migas, las sobras,  nunca se le caerá un trozo completo!
-Es cierto, respondió otra con fama de timorata,  agregando - pero tendríamos que dar  gracias porque al menos caen estas migas riquísimas.
-¿Agradecer qué?  ¡Tonta! respondió una tercera  que gustaba de imitar a la más crítica.  ¡Esto es lo que tiran, son sus desperdicios!  ¡Es hora de  empezar a exigir algo más porque nos corresponde! ¡Somos tan insectos como ellos!  Concluyó exaltada.

-¿Nosotras, con esta pequeñez qué podemos exigir? Preguntó la timorata abriendo los ojos más de lo imaginable.
-¡Mil veces tonta! Somos pequeñas, claro, ¿pero, acaso pueden esos grandulones organizarse como nosotras? ¿Acaso han dado muestras de sabiduría a lo largo de los años? ¿O es que  no viste como se van destruyendo poco a poco? ¿No te das cuenta que nos temen tanto que hasta para deshacerse de nosotros utilizan armas que los van exterminando a ellos también? ¡Son tan imbéciles como prepotentes!

Mientras se endurecía el diálogo  y algunos soldaditos  cargaban las migajas sobre sus hombros frágiles, en apariencia, los insectos más curiosos formaron una ronda alrededor de la revoltosa dispuestos a recoger su enseñanza.
Siempre era lindo escucharla, sobre todo, porque sabían bien que desde su más tierna juventud fue coherente con sus discursos. No hubo migaja que  comprara su conciencia ni siglo que modificara, lo que sabía, era inmodificable.  Solía decir, con total convicción, que el poderoso siempre es poderoso y lo seguirá siendo hasta que el insecto se subleve. Y agregaba enfáticamente, que  para serlo, debió pisar antes a muchos como ellos.

 -¡Escuchen bien! Exclamó sin temblor en la voz y convencida de que la hora había llegado y había que asumirlo.
-¡Deberíamos estar cansados del reparto de migajas  que hasta hoy conformó a algunos, es hora de tomar el comedor por asalto! ¡Estoy harta de esperar que sacudan sus manteles!  ¡Harta de que nos pisen y sigan como si nada!  ¡Harta de que nuestros viejos hayan muerto sin conocer las delicias que a ellos les sobran, siguió arengando!

-¡Sí, sí, sí, estamos hartos!  Apoyaba un coro que cada vez se escuchaba más fuerte.
Uno a uno, cada miembro del diminuto ejército se aprestó para cumplir con su tarea. La consigna fue escuchada y de todos lados comenzaron a aparecer soldados con sus aguijones cargados de piperidina, esa que hace arder y saltar las lágrimas cuando se incrusta.

A la mañana siguiente, cuando los dueños de la hermosa casona se encaminaban hacia  el parque para empezar su gimnasia aeróbica diaria, descubrieron la interminable fila de hormigas que como una serpiente negra recorría el enorme jardín.
 -¡Lucía! Gritó con voz de asco el apuesto dueño de la mansión,  llamando a la mucama. ¿De dónde salió esta cantidad de hormigas?  ¿Usted está otra vez sacudiendo el mantel en el parque? Preguntó bruscamente mientras llevaba su mano hacia la pierna izquierda donde la piperidina ya había dado  muestras de excelente calidad.

La fila seguía avanzando mientras Lucía comenzó a espolvorear el césped con un potente hormiguicida que le hacía arder la vista y que caía como fina lluvia letal causando algunas bajas en el combate desigual. Otra hilera de insectos comenzaba a socavar los cimientos que mantenían en pie la casona.
-¡Pronto caerá! decían dándose fuerzas unos a los otros, ¡pronto caerá! repetían los que se sumaban a la epopeya cargados de esperanza. Sin embargo, no parecían tener apuro aun sabiendo que la correlación de fuerzas no les era favorable.

 -¡Sabrán que no se debe minimizar tanto los derechos de los más desposeídos! Gritaba un ejemplar tratando de mantener la moral de la tropa en alto.
Aprovechando la confusión, la columna que dirigía la llamada revoltosa,   había copado el comedor. Comenzaba a trepar por las patas de la mesa enorme, de algarrobo lustrado, donde reposaban las sobras del desayuno suculento.

Pasaron muchos años, pasó mucho coraje y mucha bronca. Hasta donde pude saber no volvieron a caer migajas del mantel de hilo blanco bordado a mano. Me parece que en realidad ya no hizo falta.

Metros más adelante, desparramados sobre el césped yacían los escombros de lo que en algún momento parecía haber sido una hermosa casona. La luna, ya desperezada,  comenzaba a encender las lucecitas del cielo.















































































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