Contador numérico

viernes, 4 de febrero de 2011

Canto de amor al niño tarefero


Es pequeñito, tiene sus ojos tan tristes
como esperanza abortada por decreto.

En la ciudad encandilada por luces de neones
encontró su escondite, una bandada
de ángeles huyentes
de aquella realidad obscena, lacerante.

El niño empieza su tarea entre las hojas
como duende extraditado de los campos a destiempo,
condenado por un dios incompetente.

Como cíclope emergiendo del fondo de la tierra,
Eclipsándole el calor al sol ardiente,
el niño tarefero cava la tumba de su infancia
a un costado  reseco del camino.

El niño sale a quebrar, casi quebrado ,
las hojas verdes,  en los yerbatales.
Hambreado, carga fardos de dolor en sus espaldas,
mientras  ara los rastrojos del olvido
que lo arrastran a los brazos de una muerte
incipiente, evitable, descarnada.

El sol desbrilla avergonzado en las mañanas
montado  sobre el  firmamento del escarnio.
Sobre un cielo de luto que se traga las lágrimas
haciendo que el llanto muera en las gargantas tibias
de la nada.

Entre las nervaduras de la caá *, trabaja el niño,
devorado por un rayo de atropellos,
controlado por los ojos del capanga*
que no le pierden pisada.
Canta canciones de cristal, el niño en la tarefa,
apenas , horas antes de su muerte.

*Caá: en guaraní hierba o planta que se utiliza para el mate en varios países suramericanos.
*Capanga: capataz.

2 comentarios:

  1. Unos versos duros y sentidos, Nechi.
    Realidades ante las cuales poco o nada podemos hacer.

    Tristes versos vestidos de niñez, trabajo y muerte...

    Abrazos grandes.

    ResponderEliminar
  2. Maritza, querida mía: Sólo el hecho de mencionarlo, cuando escribimos, sirve y demasiado. Mucha gente desconoce estas realidades y a quienes realmente soñamos con desnudarlas, nos corresponde advertirlas. Es mi pobre pero firme análisis. Beso grande, como siempre agradecido por estar ahí, bien cerquita.

    ResponderEliminar